16 diciembre 2004

¿Perdemos el Hubble?

El 25 de abril de 1990 se abría una nueva ventana hacia el Universo. Ese día iba a cumplirse por fin uno de los sueños de todo astrónomo: poder mirar el cosmos sin que ni una sola partícula de polvo se interpusiera en su visión. Tras décadas de subir a las más altas montañas para situar allí sus telescopios, donde el aire era más claro y la atmósfera más fina, ahora por fin iban a poder contemplar nuestro Universo libres del impedimento de la atmósfera terrestre. Ni siquiera el transparente aire que respiramos se interpondría ya en sus contemplaciones del infinito. El 25 de abril de 1990, el transbordador espacial norteamericano Discovery ponía en órbita el telescopio espacial Hubble.

No era éste, pese a todo, el primer telescopio en ser enviado a la órbita terrestre. Ya por entonces existían telescopios espaciales del ultravioleta, infrarrojo o rayos X, bandas de dificultosa o imposible recepción desde la superficie terrestre. Con ellos había podido detectarse en 1971, por ejemplo, el primer agujero negro: Cygnus X-1 había sido descubierto por un satélite de nacionalidad italo-norteamericana lanzado en 1970, primer observatorio de rayos X enviado a la órbita terrestre.

Pero el Hubble era el primer telescopio óptico enviado al espacio. Hasta ahora, las imágenes enviadas por los otros telescopios espaciales habían proporcionado una valiosa información, pero faltaba contemplar con la claridad que permitía la ausencia de atmósfera una imagen del cosmos como la vería el ojo humano. Esas imágenes del Universo “real”, del que podríamos ver a simple vista, pero con una nitidez y resolución sin parangón hasta entonces, eran las que debía proporcionar el Hubble.

Tras el necesario periodo de comprobación y puesta a punto, el día 20 de mayo de 1990 los astrónomos esperaban con impaciencia la llegada de la primera imagen tomada por este revolucionario telescopio espacial. Pero cuando llegó el momento, su decepción no pudo ser mayor: la imagen recibida estaba borrosa, desenfocada. Por más que los técnicos trabajaron intentando corregir el enfoque del telescopio, el resultado no mejoró. Pronto se tuvo que admitir la realidad: el espejo principal del telescopio, de 2,4 metros de diámetro, tenía un defecto de fabricación. Su superficie no era todo lo perfecta que
debería ser para un instrumento de estas características, y la calidad de las imágenes se resentía por ello. Aunque en los meses siguientes se trabajó para mejorar mediante ordenador la calidad de las imágenes recibidas, el resultado fue que no superaban a las tomadas desde telescopios terrestres.

La sombra del más tremendo y costoso fracaso se cernía sobre la NASA. Se habían invertido 1500 millones de dólares de entonces en el proyecto, y los sueños y esperanzas de miles de astrónomos de todo el mundo. Y todo para recibir fotografías borrosas.

Desde luego, era importante descubrir cuál había sido el error que había permitido enviar al espacio un telescopio con un espejo principal defectuoso; pero tanto o más importante era buscar una manera de repararlo, si es que la había. Afortunadamente, el Hubble se había diseñado con la capacidad de poder ser mantenido a través de misiones del transbordador espacial; dichas misiones de mantenimiento tenían como objetivo inicial la recarga de sus depósitos de combustible y la sustitución de posibles equipos averiados, pero ahora esa capacidad abría la puerta a un nuevo campo de acción: la instalación de un dispositivo corrector de la aberración esférica del espejo.

Así, tras el tremendo fracaso inicial, en diciembre de 1993 la tripulación del transbordador Endeavour llevó a cabo una de las misiones espaciales de mayor éxito de la Historia. Trabajando a lo largo de toda una semana, los astronautas del Endeavour consiguieron instalar una serie de dispositivos que solucionaban por fin el problema de visión del telescopio espacial. El éxito de la misión sobrepasó todas las expectativas: el 1 de enero de 1994, el Hubble transmitía a la Tierra su primera fotografía del espacio tras la reparación, con una calidad que dejó boquiabiertos a los científicos. Por fin, casi cuatro años después de su puesta en órbita, el Hubble se convertía en lo que se había esperado de él: un ojo abierto hacia el Universo.

Desde entonces, las imágenes enviadas por este telescopio espacial nos han mostrado un cosmos de una belleza escalofriante. Si para los científicos sus imágenes han sido revolucionarias, al mostrarnos el nacimiento y muerte de estrellas, o la formación de los planetas, por poner sólo unos ejemplos, para el simple ciudadano de a pie nos ha proporcionado la posibilidad de disfrutar de la belleza de la naturaleza como ni siquiera habíamos llegado a imaginar que podía existir. Una belleza a veces casi sobrenatural, pero que forma parte de ese mismo Universo al que pertenecemos.

Recientemente, el Hubble envió una de sus imágenes más extrañas y espectaculares: la escalera hacia el cielo. Lamentablemente, esta nueva imagen, que incluso llegó a saltar a la prensa por la asombrosa geometría que mostraba, puede ser el canto del cisne de este gran telescopio espacial. El 16 de enero de 2004, el Administrador de la NASA, Sean O’Keefe, informaba a los medios que la agencia espacial iba a suspender las misiones de mantenimiento de este telescopio, la próxima de las cuales debía realizarse poco después de la reanudación de las misiones del transbordador espacial. Sin el mantenimiento adecuado y sin los impulsos necesarios para mantener su órbita (que decae lentamente por el rozamiento con las capas altas de la atmósfera), el Hubble estaba condenado a morir en un plazo aproximado de un par de años. Hoy, nueve meses después, ya algunos de los equipos del telescopio espacial han dejado de funcionar, y sus prestaciones se deterioran día a día.

La razón para esta decisión, que impactó tremendamente en la comunidad astronómica internacional, era el reciente accidente del Columbia. Se argumentaba que, por motivos de seguridad, se cancelarían en lo sucesivo todas las misiones del transbordador en el curso de las cuales no fuera posible acoplarse a la Estación Espacial Internacional en caso de emergencia. Se pretendía así que, en caso de repetirse una situación como la vivida durante el despegue el Columbia en enero de 2003, la tripulación tuviera la oportunidad de esperar una misión de rescate en el “refugio” que constituía dicha estación espacial. Recordemos que durante el lanzamiento de aquella misión del Columbia, un trozo de espuma del recubrimiento del depósito central se desprendió impactando contra el ala izquierda del transbordador y rompiendo su escudo térmico, lo que causó la desintegración del vehículo durante la reentrada en la atmósfera, con la muerte de sus siete ocupantes.

Las misiones de mantenimiento del Hubble son incompatibles con un acoplamiento de emergencia a la Estación Espacial Internacional, dada la diferencia de órbitas entre ambos y la capacidad del transbordador norteamericano. Esto hacía que la aplicación de la decisión anterior impidiese continuar manteniendo en servicio al telescopio espacial.

Evidentemente, las vidas humanas valen mucho más que un instrumento científico, por valioso que éste sea, pero el argumento en este caso parece carecer de una base sólida. La decisión de limitar las misiones del transbordador en la forma descrita, sólo protegería a la tripulación en caso de repetirse un accidente como el del Columbia (daño durante el ascenso, detectado y susceptible de causar la pérdida del vehículo durante la reentrada). Sólo ha ocurrido un accidente así en 113 misiones, y las acciones correctoras puestas en marcha tras la investigación deberían evitar que se reprodujera en el futuro, o al menos reducir considerablemente su probabilidad. Dado que es evidente que toda misión espacial conlleva un riesgo, ¿justifica este pequeñísimo riesgo adicional la pérdida de un instrumento como el Hubble? Muchos pensamos que no, y que de hecho, la razón tras la decisión de la NASA es otra.

Es significativo que el anuncio de la cancelación de las misiones de mantenimiento del Hubble se hiciera tan sólo dos días después del anuncio de la nueva política espacial del presidente Bush. En ella se apostaba por un relanzamiento de las misiones espaciales tripuladas, con un retorno a la Luna en el plazo de un par de décadas, y con el objetivo puesto en el envío de un hombre a Marte. Un ambicioso objetivo para el que apenas se preveían aumentos en los presupuestos de la agencia espacial para los próximos ejercicios: se pedía explícitamente que las inversiones necesarias deberían salir de una reestructuración de los programas de la agencia. Es decir, era necesario recortar los gastos en todas las demás actividades para potenciar las relacionadas con la exploración tripulada del espacio. Se pedía reducir la ciencia para aumentar la espectacularidad.

El Hubble puede haber sido la víctima más visible de esta nueva política espacial. El instrumento que nos mostró la belleza del Universo en su mayor esplendor, el que nos mostró cómo nacen las estrellas y los planetas, aquél que nos ha permitido disfrutar de auténticas obras de arte realizadas por la Naturaleza, está condenado a morir en un plazo breve. Esperemos que pronto tenga un sucesor, por el bien de la ciencia.

06 abril 2004

La Política Espacial de Bush

El 14 de enero de 2004, todos los telediarios anunciaban una sorprendente noticia: el Presidente de los EEUU, George Bush, anunciaba los nuevos planes estratégicos para la Agencia Espacial Norteamericana, que pasaban por un retorno a la Luna en los próximos años, y una misión tripulada a Marte poco después.

Debo reconocer que, cuando lo oí, me quedé pasmado. No me cuadraba. ¿Misiones tripuladas a la Luna y otros planetas? ¿Con todo lo que ello supone? ¿Por qué, y para qué...? No encajaba con nada, ni con la trayectoria seguida por la política espacial norteamericana desde los años 70, ni con lo que indicaba la lógica a poco que se supiera de estos temas: que una aventura así tendría un coste económico desmesurado, y que requeriría largos años de desarrollos para llevarse a cabo, lo que prácticamente descartaba cualquier opción que no pasase por un proyecto a largo plazo de carácter internacional.

Dentro de mí se puede decir que había dos sentimientos opuestos: por un lado, me parecía increíble, no podía ser, me rompía todos los esquemas... por otro, como aficionado a todo lo relacionado con la exploración espacial, me parecía excitante. Si esto era verdad, nos esperaba un futuro espectacular. Aunque desde la lógica nunca he sido un defensor de las misiones interplanetarias tripuladas (su relación beneficio/coste es ínfima en relación con las misiones de sondas no tripuladas), debo reconocer que mi parte "irracional" como aficionado a estos temas estaba entusiasmada.

Pero sobre todo me sentía desconcertado. Como no me fío nada de las noticias de ciencia y tecnología tal como las transmiten los medios de comunicación (que me perdonen los periodistas, pero a menudo se les cuelan auténticas burradas, sobre todo en las relacionadas con temas espaciales), lo primero que hice fue acudir a la página web de la NASA para leer exactamente qué estaba pasando. En aquel momento no tenía tiempo de leerme los extensos artículos al respecto, así que me los descargué para leerlos más tarde, tras sacar la conclusión de que la noticia que había oído parecía ser correcta en lo fundamental.

Dos días después, la noticia se complicaba: según decían, como consecuencia de la nueva política espacial planteada por el Presidente, la NASA cancelaba la próxima misión de mantenimiento al telescopio espacial Hubble, lo que en la práctica suponía el fin de dicho telescopio en un plazo breve. Sin más información al respecto, en ese momento no entendía qué tenía que ver una cosa con otra, y desde luego me parecía increíble abandonar un magnífico instrumento que estaba proporcionando fantásticos descubrimientos para la ciencia, y que tenía un coste de fabricación astronómico, sólo por no llevar a cabo una misión de mantenimiento más...

Han pasado varios meses hasta que por fin he tenido tiempo (o lo he sacado) para leer el discurso de Bush y las posteriores notas de prensa editadas por la NASA al respecto, para entender por fin en detalle en qué consistía el plan. Y si al principio estaba extrañado, ahora lo que me he quedado es directamente alucinado... alucinado por lo absurdo de una política que descarta la ciencia para dedicarse al espectáculo.

Me explico: a medida que iba leyendo el contenido del discurso presidencial, me iba quedando atónito. Lo que planteaba era realmente increíble: viajes a la Luna, establecimiento de colonias en el suelo lunar, fábricas lunares que extraerán mineral lunar para fabricar aire y combustibles, misiones tripuladas a Marte y otros planetas, nuevas "naves espaciales" para llevar a cabo estas misiones... ¿Ciencia-ficción hecha realidad? Pero el discurso iba en serio...

Estaba claro que no era un discurso preparado por unos políticos sin conocimientos del tema: su redacción dejaba ver que había estudios técnicos detrás, que indicaban una estrategia con hitos intermedios y fechas objetivo. Ello le infundía credibilidad, al menos en una primera lectura, pero precisamente por eso mi asombro iba en aumento. Y la pregunta que me había rondado desde el principio se acentuaba: ¿qué impulsa a un gobierno a decidirse a invertir la ingente cantidad de dinero que requiere un plan así?

Pero al seguir leyendo, pronto me encontraría la sorprendente respuesta a una parte de esa pregunta: el plan apenas preveía incremento en los presupuestos de la NASA. Durante los próximos 5 años, sólo serían incrementados en un 1,1%. Eso sí, un 13% de los presupuestos actuales serían dedicados al nuevo plan... evidentemente, a costa de quitárselo a otros programas.

Ahora lo veía todo claro, aunque me parecía sencillamente alucinante. En palabras sencillas, el mensaje subliminal a la agencia espacial era claro: dejemos de gastar dinero en cosas que nadie entiende, y usémoslo para plantar nuestra bandera en Marte. Eso sí que es vistoso.

Ahora entendía lo del Hubble. ¿A quién le importan esas imágenes de colorines que nadie entiende? Ah, ¿que hay cientos de astrónomos y astrofísicos en todo el mundo que las utilizan para avanzar en sus conocimientos? Ya... ¿y eso "vende"? ¿Quién se acuerda de que el Hubble existe, y quién sabe para qué vale? En cambio, ir a la Luna, y no digamos nada a Marte... eso sí que da prestigio, y apoyo popular...

¿Cuántos otros proyectos, menos vistosos aún que el Hubble, pero igualmente importantes de cara al avance de la ciencia y la tecnología, habrán sido abandonados para acometer estos sueños de megalómano?

Bueno, tranquilicémonos... No puedo evitarlo, me parece absurdo. Vale, hay decenas de argumentos a favor de las misiones tripuladas... que impulsan el desarrollo tecnológico, que satisfacen el instinto humano de la exploración, etc, etc. Peo hay otras tantas en contra, resumidas en una: ¿cuánto se impulsaría el desarrollo tecnológico, y cuánta serían las aportaciones directas a la ciencia, si el coste del respectivo programa tripulado se invirtiese directamente en estos fines, prescindiendo de la parte "humana" del mismo? Es una discusión que dura años, con defensores y detractores para ambas, aunque yo me inclino claramente por la segunda. Las misiones tripuladas más allá de la órbita terrestre no tienen sentido hoy día, en un contexto de recursos limitados; si los recursos fueran infinitos (o al menos considerablemente mayores), bien, pero en la situación real actual hay inversiones (en materia de investigación espacial, quiero decir) mcuho más "rentables" que las misiones de exploración tripuladas.

Por ello, si el nuevo plan del Presidente Bush estuviese respaldado por un presupuesto ampliado para acometerlo sin impactar en los programas actualmente en curso, no me parecería mal. Bien, podría decirse de nuevo que ya que se invierte más dinero, hay mejores proyectos en los que hacerlo, y estaría de acuerdo, pero en fin, al fin y al cabo no dejaría de ser una mejora con respecto a la situación actual. Pero es que lo que se ha puesto en marcha es justamente lo contrario.

Porque, si lo que se quiere es (por la razón que sea, y ése es otro tema) introducirse en un programa de gran espectacularidad (a pesar de su escaso rendimiento científico y tecnológico), ¿por qué hacerlo a costa de lo que de verdad importa? ¿Por qué dañar los programas científicos y de investigación que realmente dan beneficios a la Humanidad? ¿Por qué obtener el dinero a su costa, y no de otras partidas presupuestarias del gobierno de los EEUU... y seguro que a la mayoría se nos ocurre de dónde?

En fin, no puedo evitarlo, estoy indignado. Es triste que una noticia que debería significar un tremendo entusiasmo para todos los apasionados por la ciencia y la tecnología, termine en esta tremenda decepción en cuanto se escarba un poco en su significado. Y lo más curioso es que apenas se han levantado voces de crítica al respecto... o se han intentado ocultar, o poco eco encuentran ante un plan que causa tanta expectación y entusiasmo a nivel popular y de los medios.

Pero vayamos un poco más allá. Tras una relectura detallada prestando una atención más profunda al aspecto tecnológico del plan, aparecen algunas inconsistencias y aspectos poco claros. Primero, siendo objetivos, ¿qué es lo que realmente deja claro el plan, filtrando la palabrería política?

1. Finalización completa de la Estación Espacial Internacional (ISS). Al menos un compromiso lógico y coherente. Tras las incertidumbres de los últimos años, que amenazaban con abandonar el desarrollo de la ISS dejándola en un estado de desarrollo intermedio frente al plan original, el compromiso de terminarla es firme, con la fecha límite de 2010.
2. Abandono del transbordador espacial en 2010, finalizada su misión como elemento necesario para completar la ISS. Un paso que debía darse tarde o temprano si se quiere evolucionar hacia medios de transporte espacial más eficientes, aspecto en el que el Space Shuttle nunca ha cumplido las expectativas puestas en él.
3. Desarrollo de un nuevo vehículo de transporte espacial, con su primera misión tripulada para 2014.
4. Reiniciar las misiones tripuladas a la Luna entre 2015 (como muy pronto) y 2020 (como muy tarde)

Estos son los compromisos claros. Entre lo que podríamos considerar más bien como intenciones a futuro, sin fecha fija, se encuentran las siguientes:

1. Potenciar la exploración no tripulada de la Luna, Marte y otros cuerpos del Sistema Solar (como las lunas de Júpiter) de cara a posteriores misiones tripuladas a dichos cuerpos.
2. Misión tripulada a Marte, y después a otros planetas.
3. Establecimiento de colonias y factorías en la Luna. Posible utilización de la Luna como primera etapa o punto de partida de las misiones de exploración tripuladas del Sistema Solar.

Centrándonos en los compromisos claros (el primer grupo), podemos decir que los dos primeros, y parte del tercero, son lógicos, no sorprendentes, y poco criticables (personalmente, creo que son un compromiso que era necesario establecer tarde o temprano). Ahora bien, los puntos 3 y 4 empiezan a flaquear...

En cuanto al desarrollo de un nuevo vehículo de transporte espacial, se señala que servirá tanto de apoyo a la ISS (misiones en órbita baja) como para misiones interplanetarias. Lo cual es bastante sorprendente. No sólo el vehículo en sí tendrá requisitos muy diferentes para operar en una u otra misión, sino que su lanzador tendrá que ser por fuerza totalmente distinto según el caso. Teóricamente podría construirse un vehículo capaz de llevar a cabo ambas misiones, aunque no es recomendable: se ha demostrado que en el caso del Space Shuttle, fue precisamente ese requerimiento de llevar a cabo múltiples funciones diferentes lo que impidió optimizarlo para ninguna de ellas, y finalmente su coste de operación y mantenimiento resultó por tanto exhorbitado; y eso que no se le había pedido llevar a cabo misiones interplanetarias... Pero en fin, posible es. ¿Pero qué pasa con el lanzador? Hoy día ni siquiera existe un lanzador capaz de enviar una pequeña cápsula como eran las Apollo a la Luna, así que como para pensar en enviar un vehículo mayor... Habría que diseñar un gigantesco cohete capaz de llevar a cabo esta misión. Y no es que no se pueda, sino que costaría enormes sumas de dinero, y un largo tiempo de desarrollo. Y eso es algo que ni se menciona.

Existe una alternativa: tener un lanzador común, diseñado para misiones orbitales, y usar el ensamblaje de diferentes módulos en órbita terrestre para montar el vehículo necesario para las misiones interplanetarias. En cualquier caso, seguiría sin ser un vehículo común a ambas misiones: aunque pudiera compartir una parte con el vehículo para misiones orbitales (sin estar optimizada dicha parte para ninguna de las dos misiones), el resto de módulos serían de desarrollo exclusivo para la misión interplanetaria. Por tanto, seguimos hablando en el fondo de dos vehículos y/o dos lanzadores diferentes.

En cuanto a ir a la Luna... ¿para qué? Razones científicas no hay. Siempre se puede seguir investigando, por supuesto, pero las misiones Apollo suministraron suficiente información como para no justificar las ingentes inversiones necesarias para profundizar más en lo mismo. Por otra parte, el programa Apollo también demostró (y es algo que hoy nadie discute) su escasa eficiencia desde el punto de vista científico: de las 6 misiones lunares, sólo las dos últimas tuvieron una "rentabilidad científica" digamos que aceptable. De hecho, los científicos se quejaron bastante de este tema. Evidentemente, el programa había tenido una motivación exclusivamente política, y una vez conseguido el objetivo de llegar a la Luna y batir a los rusos en la carrera espacial, los norteamericanos se encontraron con que no sabían muy bien qué hacer allí (es una forma rápida y sencilla de explicarlo, pero muy descriptiva y ajustada a la realidad).

El discurso de Bush apunta hacia la creación de bases y factorías lunares, a la explotación de los recursos naturales de nuestro satélite, para convertirlo en una especie de puerto espacial que sirva de escala o punto de partida a futuras misiones interplanetarias tripuladas. Dicho así, parece la leche (con perdón). Pero analicémoslo más a fondo. ¿Qué significa esto? ¿Que se construirán en la Luna y se lanzarán desde allí los vehículos espaciales destinados a dichas misiones interplanetarias? Bien, tendría sentido: la gravedad lunar es un sexto de la terrestre, y el lanzamiento de misiones desde su superficie sería tremendamente más económico que desde nuestro planeta. Pero para ello, el vehículo debería ser construido allí a partir de materias primas lunares: si hubiera que enviar los componentes o la materia prima desde la Tierra, no ganaríamos nada (sea antes o después, habría que vencer la gravedad terrestre igual, para la misma masa, por lo que el coste sería igual; mayor, en realidad, como veremos luego). Pero para conseguir esto, sería necesaria una infraestructura increíble sobre la superficie lunar: industria minera, industria manufacturera de materias primas, fábricas de alta tecnología, plantas de ensamblaje, plataformas de lanzamiento... Bien, quizás dentro de 200 años, y con toda la Humanidad volcada en el esfuerzo...

Desechamos, pues, la construcción en la Luna de vehículos espaciales a partir de recursos propios en un plazo medianamente razonable. ¿Y usarlo como escala para vehículos que partieran de la Tierra? Eso, a priori, sería peor: sin extendernos sobre los detalles, el vehículo debería vencer las siguientes etapas según saliera directamente de la Tierra a una misión interplanetaria o hiciera una etapa intermedia en la Luna:

- Misión directa: Las fuerzas a vencer (en realidad se contabiliza en términos de "incremento de velocidad" necesario, pero es equivalente) serían: escape de la gravedad terrestre, e incremento de velocidad para entrar en órbita de transferencia interplanetaria.
- Con escala en la Luna: escape de la gravedad terrestre, frenado para descenso lunar, escape de la gravedad lunar, e incremento de velocidad para entrar en órbita de transferencia interplanetaria.

La primera y la última son iguales en ambos casos, por lo que en realidad el hacer una escala en la Luna no aportaría nada, antes al contrario. Sólo se me ocurre una opción: que se utilizase la escala lunar como una escala de reabastecimiento a partir de propulsantes fabricados a partir de materia prima selenita (como en el caso del vehículo, si el propulsante se hubiera tenido que enviar antes desde la Tierra, la ganancia sería nula). En este caso, se podría lanzar el vehículo desde la Tierra con el propulsante justo para llegar a la Luna, aligerándolo y así abaratando el lanzamiento; una vez en la Luna, se cargaría con el propulsante necesario para el resto del viaje, despegando después desde la superficie lunar con mucho menos esfuerzo que desde la Tierra. Del suelo lunar puede extraerse hidrógeno y oxígeno (componentes del propulsante criogénico) con relativa facilidad. Pero habría que hacer números para ver si la ganancia global compensaría el gasto por hacer la etapa lunar (de acuerdo al estudio anterior); puede que sí (no me apetece calcularlo ahora; quizás con el tiempo...), pero dudo que la ganancia fuese lo suficientemente significativa como para justificar el montaje de una factoría de producción de propulsante lunar, con todos los equipos asociados (depósitos, bombas, etc) para el reabastecimiento de las naves. Y desde luego, montar una infraestructura así tampoco sería cosa de unos cuantos años... sin considerar el coste de enviar a la Luna desde la Tierra todo el material necesario para levantar dicha infraestructura lunar.

Es decir, después de pensarlo un poco, resulta que las razones esgrimidas para volver a la Luna no tienen ningún sentido. Si de verdad se quisiera ir a Marte, lo de la Luna no sería más que una cara distracción del objetivo principal.

Los más optimistas podrían decir que en realidad se trata de planes a muy largo plazo, movidos por una actitud filantrópica que suponga el inicio de acciones de cara al beneficio futuro de la Humanidad: crear poco a poco una infraestructura lunar que permita ese fantástico futuro en el que la Humanidad se expanda por el Universo a bordo de magníficas naves espaciales, en busca de nuevos mundos que colonizar...

Disculpad que no me lo crea. Y es que, sin necesidad de ser malpensado sobre los verdaderos objetivos de Bush, esto no tiene sentido. Si de verdad se quisiera ir por ese camino, por las mega-acciones a muy largo plazo, habría que empezar por otro lado: por el desarrollo tecnológico que permita abaratar el lanzamiento de grandes cargas al espacio para convertirlo de verdad en algo tan habitual como volar en avión. Justamente el camino por el que se estaba moviendo la NASA (con grandes recortes presupuestarios) y que ahora simplemente se obvia para lanzarse directamente a la piscina sin el equipo adecuado.

Si de verdad se tuviera una visión de futuro como la comentada, el esfuerzo iría por el potenciamiento de la investigación y desarrollo en nuevos motores cohete (iónicos, electrostáticos o nucleares, que aún están en su infancia, o incluso otros nuevos que no hayamos imaginado aún), en nuevos lanzadores reutilizables, en nuevas tecnologías de materiales... Es decir, en ciencia y tecnología básicas que permitan de verdad acometer ese tipo de aventuras en el futuro. Justo lo que se está recortando.

Resumiendo, ¿cuáles son entonces los motivos reales para esos planes concretos de volver a la Luna? No lo sé. Aquí hay múltiple terreno para la especulación. Pero desde luego no son motivos científicos ni técnicos. ¿Orgullo patrio? ¿No quedarse apartados, ahora que los chinos se plantean en serio también ir a la Luna? ¿Discurso populista, simplemente? No me parecen motivos serios, pero en política todo es posible. Tampoco hay que negar que un programa así siempre genera beneficios globales; que los beneficios científicos y tecnológicos pudieran ser mayores con la misma inversión por otro camino, no significa que por éste no vaya a haber también beneficios. Y la motivación a nivel popular, y el interés por la ciencia y la tecnología que esto pueda crear en la sociedad, con un aumento de vocaciones que impulsen al país, es algo difícil de medir. Puede que políticamente sea una inversión rentable.

Eso sí, si se va a la Luna, no será con la intención apuntada en el discurso. El comentario sin compromisos sobre la misión tripulada a Marte pierde toda su credibilidad tras el análisis detallado anterior. Y la creación de bases y factorías en la Luna... en fin...

¿Con qué nos quedamos, entonces, del anuncio de Bush? En la parte positiva, con el compromiso de finalizar la ISS y de desarrollar un sustituto para el veterano Space Shuttle. En la negativa, con la cancelación de múltiples programas de investigación y desarrollo en la NASA para poder acometer todos estos planes sin apenas incremento en el presupuesto de la agencia. Y en la parte neutra, extraña, desconcertante, con el anuncio de misiones tripuladas a la Luna sin un motivo ni propósito claro. Nada más. El resto es palabrería.

Permaneceremos atentos a cómo evoluciona el tema, no obstante. En su anuncio, el Presidente solicitaba de la NASA la presentación de un informe detallado (una especie de "estudio de viabilidad") sobre cómo llevar a cabo de forma práctica las directrices fijadas. Dicho informe debía estar listo en un plazo de 4 meses, lo que significa que se publicará a mediados del próximo mes de mayo. Estaremos pendientes a ver si este informe arroja algo más de luz sobre este desconcertante tema.