28 diciembre 2007

La verdadera historia de Armstrong en la Luna

Hace unas pocas semanas recibía un correo de un desconocido, que supongo que había llegado hasta mí deambulando por Internet. Me pedía que le recomendara libros en español sobre “la verdadera historia de Neil Armstrong en la Luna”. Buen comienzo, ¿verdad?

Tranquilamente le contesté que no conocía ninguna biografía en español de Neil Armstrong, ni ningún libro serio centrado en la misión del Apollo 11, ni siquiera tan sólo en el programa Apollo. Pero que le podía recomendar varios libros que trataban sobre ello dentro de un contexto más amplio, remitiéndole, para más detalles, a bibliografía en inglés. “En la web de la NASA puedes encontrar muchísimos datos sobre la verdadera historia de Armstrong en la Luna”, le contesté, más o menos.

Evidentemente, sabía que no era esto lo que me estaba pidiendo. Desde el primer momento estaba claro que quien busca la “verdadera” historia, en realidad está pidiendo leer “apasionantes” intrigas conspiranoicas de algún tipo. Es decir, la basura con la que se lucran personajes como Iker Jiménez, Jiménez del Oso, J.J. Benítez y demás farsantes. Pero de lo que no me di cuenta en aquel momento era que en realidad sí que había una “historia oculta” en relación con Armstrong y la misión Apollo 11, una interesante historia que había resultado un misterio durante años, hasta que finalmente fue revelada por el propio Armstrong. Se trata de la historia de Mr Gorsky.

Durante años, las últimas palabras que pronunció Armstrong en la Luna resultaron un misterio para todos los que pudieron escucharlas, tanto entre el público en general como dentro de la propia NASA. Mientras se preparaba para subir por última vez la escalerilla del módulo lunar, poco antes de despegar para volver a la Tierra, Neil Armstrong pronunció cuatro enigmáticas palabras: “Good luck, Mr. Gorsky”. Buena suerte, Sr. Gorsky.

Esa frase desconcertó durante años a todos aquellos que habían seguido en detalle la misión del Apollo 11. En principio, casi todos creyeron que se trataba de algún cosmonauta ruso rival, a quien Armstrong deseaba suerte tras haberlo vencido en la carrera por llegar a la Luna. Pero nadie pudo encontrar nunca un nombre parecido entre los involucrados en el programa espacial ruso. Por todos los Estados Unidos surgieron investigadores que buscaron también si alguien entre los técnicos de la NASA se apellidaba Gorsky, o si esta frase podría haber sido parte de algún código secreto acordado entre el Control de la Misión y los astronautas del Apollo para transmitir alguna información codificada. Durante años, multitud de técnicos de la NASA fueron consultados sin éxito: según sus declaraciones, las últimas palabras de Armstrong en la Luna les habían desconcertado tanto como al público en general. El propio astronauta sería preguntado sobre ello en multitud de entrevistas a lo largo de los años, a las que solía responder con una simple sonrisa y el silencio, o, en el mejor de los casos, con evasivas. Pasaban los años y el misterio permanecía sin aclarar.

Finalmente, en 1995, 26 años después de que ocurriera todo, la verdad salió a la luz. El 5 de julio de ese año, Armstrong era entrevistado en la CBS por el famoso presentador Walter Cronkite, quien, íntimo amigo de Armstrong, le preguntaría una vez más por la misteriosa frase. Sólo que esta vez la reacción de Armstrong sorprendió a todos:

“Bien, es cierto que durante años me habéis estado preguntando qué significaban esas enigmáticas palabras, y durante todos estos años me he sentido obligado a no dar la respuesta, al sentir que era algo extremadamente confidencial. Pero hoy la situación ha cambiado. Desde hace unos meses, Mr. Gorsky ha muerto, y creo que ahora ya no importará que revele lo que significó aquella frase”.

Con Cronkite y todos los espectadores pendientes de cada una de sus palabras, Neil Armstrong procedió entonces a contar la historia que había detrás de la última frase que se pronunció sobre la Luna al final de la misión del Apollo 11:

Siendo un niño, Neil Armstrong estaba jugando al béisbol con su hermano en el jardín de su casa en Wapakoneta, Ohio. En una ocasión, tuvo que ir a recoger una pelota que había ido a caer junto a la casa de sus vecinos, bajo la ventana del dormitorio; entonces escuchó los gritos de una discusión dentro de la casa. Era la señora Gorsky, que gritaba a su marido: “¿Que quieres que te chupe qué? ¿Me estás pidiendo que te haga sexo oral? ¡Tendrás sexo oral el día que el chico de los Armstrong ande sobre la Luna!”

Armstrong nunca olvidó aquella frase, de modo que, mientras estaba sobre nuestro satélite, no pudo evitar acordarse del Sr. Gorsky y de si él también se acordaría de recordar a su mujer aquellas proféticas palabras. Por eso, no pudo evitar pronunciar con una sonrisa, poco antes de subir al LEM: “Buena suerte, Sr. Gorsky”.

Es una lástima que no me acordase de contarle esto a aquel entusiasta de las conspiraciones que me preguntó por “la verdadera historia de Armstrong en la Luna”. Aunque, para seros sinceros: todo esto no es más que una leyenda urbana, y, como tal, absolutamente falsa. Armstrong nunca pronunció esas palabras. Nunca existió un Sr. Gorsky y una señora Gorsky discutiendo por sus gustos sexuales mientras los escuchaba un futuro astronauta, y nunca ningún presentador preguntó a Armstrong por una frase que nunca pronunció. Pero, reconozcámoslo, es una historia mucho más divertida que las demás historias conspiranoicas que rodean las misiones a la Luna. Y es una historia que aún a día de hoy sigue corriendo por los Estados Unidos, con bastantes personas que aún creen que todo esto sucedió de verdad. Como digo, al menos te hace sonreír.

Debería haber publicado este artículo el 28 de diciembre, pero entonces no me di cuenta. Así que lo hago ahora, día 4 de enero de 2008. Aunque, en un pequeño guiño a los futuros lectores, modificaré manualmente la fecha de publicación para que aparezca con la otra fecha. Espero que me disculpéis esta pequeña manipulación para permitirme así esta pequeña inocentada con retraso. Feliz año nuevo a todos.

P.D.: Para terminar, y aprovechando la temática del artículo, quiero aprovechar para dejar algunos links que puedan iluminar un poco a aquellos crédulos que pudieran caer por aquí accidentalmente (aunque sabiendo que de poco sirve la evidencia; quien quiere creer en fantasmas, cree pase lo que pase. Ahora bien, por intentarlo, que no quede):

ARP-Sociedad para el avance del pensamiento crítico
El FAQ de la ARP, con respuesta a casi todas (algunas aún están en construcción) las preguntas que un crédulo podría hacerle a un escéptico
Círculo Escéptico

(Foto: NASA)

12 diciembre 2007

A vueltas con la seguridad

El Shuttle es un vehículo complejo. Mucho. El vehículo espacial más complejo de la historia (ese honor podría ser compartido con el Buran ruso, pero éste nunca llegó a volar más allá de la misión de pruebas no tripulada). Y, como tal, está sujeto a múltiples fallos potenciales. Es lo malo de la complejidad: que hay más cosas que pueden fallar, y que es más difícil predecirlas todas. Antes, para medir la posición usábamos sextantes, que no fallaban nunca; ahora el GPS es más cómodo y preciso, pero puede estropeársenos el aparato, o los satélites, o simplemente quedarnos sin pilas; la complejidad técnica tiene sus pegas.

Esta serie de aparentes perogrulladas ya las repitió el comité investigador del accidente del Columbia en su informe. Sus conclusiones al respecto fueron que el Shuttle era tan complejo que probablemente no podría garantizarse su seguridad nunca. En palabras más directas y algo sensacionalistas, se podría decir que el Shuttle es un vehículo inseguro por naturaleza... aunque ciertamente me parece exagerado plantearlo así. Pero creo que entendemos el mensaje.

El Shuttle ha tenido ya dos accidentes mortales, debidos a problemas completamente distintos (aunque ambos repetitivos a lo largo de su historia). El primero se solucionó, el segundo sólo se consiguió aliviar parcialmente; pero se sabe que pueden existir problemas potenciales, en una inmensa parte desconocidos. Y otros que son conocidos, pero de los que se desconoce en realidad su potencial peligro. Algo que también señaló Richard Feynman en su famoso Anexo F al informe del accidente del Challenger, cuando apuntó a los múltiples problemas de todo tipo abiertos en diferentes elementos del transbordador (ajenos a los aceleradores sólidos que habían provocado el accidente).

¿A qué viene toda esta larga introducción? Pues a que uno de esos problemas conocidos y repetitivos puede que esté poniendo en jaque el futuro inmediato del proyecto. Quizás sea algo alarmista presentarlo así, pero la verdad es que me ha creado mucha incertidumbre la última filtración que os voy a revelar a continuación (no os pongáis impacientes, que todavía queda rato de rollo, para poneros en antecedentes). Se trata de un problema que ya ha impedido el lanzamiento del módulo europeo Columbus en fecha, y que, si la cosa se pone fea, podría amenazar seriamente la finalización de la estación espacial. Todo depende de en qué quede la cosa. (Esto son opiniones mías; oficialmente, por el momento sólo hay un aplazamiento de los ya habituales en estos casos; pero la filtración que os comentaré luego da qué pensar)

El problema probablemente lo conoceréis varios, si habéis seguido las últimas intentonas de lanzamiento a lo largo de la semana pasada. El lanzamiento del Columbus a bordo del Atlantis en la misión STS-122, inicialmente previsto para el día 6, fue inicialmente pospuesto al día 8, después al 9, y finalmente al próximo 2 de enero, tras llegarse a la conclusión de que no sería posible resolver el problema antes del cierre de la ventana de lanzamiento (13 de diciembre). La razón de estos sucesivos retrasos fue un fallo detectado en los sensores ECO, durante el llenado del depósito central en la preparación para el lanzamiento.

Los sensores ECO (Engine Cut-Off) son unos minúsculos dispositivos, en teoría bastante sencillos, encargados de detectar el vaciado del depósito de hidrógeno. Su misión es importante, pues en caso de detectarse dicho vaciado, deben enviar una señal que ordene la parada inmediata de los motores del transbordador. La razón es que una combustión excesivamente rica en oxígeno (la que ocurriría en el caso de que se terminase el hidrógeno) podría provocar una explosión fatal en los motores. Y eso no es agradable…

Teóricamente, el hidrógeno no se debe terminar. Es decir, existe cierto margen en los depósitos para que el transbordador realice su misión sin vaciarlos. Pero dicho margen es necesariamente pequeño (propulsante sobrante es igual a lastre inútil), así que se instalan los sensores por si acaso. Hasta ahora, nunca se ha producido este caso (que se termine el hidrógeno antes de tiempo), pero nunca se sabe, y más vale prevenir. Además, parece que en alguna ocasión se ha estado cerca, así que tampoco es como para sentirse tranquilo.

El depósito tiene cuatro de estos sensores, pero su fiabilidad nunca ha sido una maravilla. Varias misiones han sufrido ya retrasos, como esta última, por haberse detectado fallos en los sensores durante el llenado del tanque (el fallo consiste en que algún sensor indica tanque lleno a pesar de estar vacío; esto se analiza tras llenar el tanque, y enviar a los sensores una señal que simula el vaciado del tanque). Pero habitualmente el problema se solucionaba solo, tras vaciar el tanque y volverlo a llenar (sí, suena como reiniciar Windows, qué le vamos a hacer…). Además, existía el criterio de que, si sólo fallaba uno de los cuatro, se podía proceder al lanzamiento de todas formas (y esto suena a “Minority Report”, ¿verdad?)

Pues bien, en este caso ha sido distinto: tras fallar dos de los cuatro sensores, se decidió retrasar el lanzamiento y proceder al vaciado del depósito y a realizar las pruebas oportunas. Pero en lugar de mejorar la situación, como solía suceder en otras ocasiones, en este caso fue a peor: con el tanque vacío, y por iniciativa propia, uno de los sensores que hasta entonces había funcionado bien se unió a sus compañeros, y empezó a marcar lleno cuando hasta entonces había marcado vacío (lo correcto). Un cachondeo, vamos…

Ante este orden de cosas, la fecha inicialmente propuesta para la nueva intentona de lanzamiento (día 8) se retrasó al 9, al verse que la cosa pintaba complicada. Entre tanto, y viendo cómo estaba el percal, los responsables de la misión decidieron cambiar el criterio habitual de permitir el lanzamiento con 3 de 4 sensores funcionando, exigiendo en esta ocasión el buen funcionamiento de los 4.

Y así llegó el día 9, tras un intenso trabajo por parte de los técnicos. De nuevo, todo el mundo pendiente del lanzamiento (desde el día 6 había 750 invitados de la ESA y la industria aeroespacial europea esperando para ver cómo finalmente subía el Columbus al espacio), y de nuevo el fallo de uno de los sensores. Esta vez fue sólo uno, lo que en condiciones normales hubiera sido suficiente para proceder con el lanzamiento, pero tras la restricción impuesta para este vuelo, suponía una nueva cancelación. En este orden de cosas, los técnicos decidieron que sus análisis iban a llevar bastante más tiempo, así que no iba a ser posible lanzar antes de que se cerrase la ventana, el día 13. El lanzamiento quedaba pospuesto al 2 de enero.

Hasta aquí, los hechos por todos conocidos (disculpad la larga introducción, para poner en contexto). Ahora, por fin, vienen las nuevas revelaciones.

Se han filtrado a la prensa especializada algunos mails internos de la NASA, firmados por Bill McArthur, Jefe de la Oficina de Seguridad del Space Shuttle, y por Wayne Hale, Jefe de Programa del transbordador. Por cierto, que como sabéis los que habéis leído el “Houston”, Hale fue uno de los que quedaron como “chicos buenos” en el informe del accidente del Columbia, uno de los que aparecen como preocupados por la seguridad, razón por la cual, probablemente, fue posteriormente ascendido en el seno de la agencia (sin querer desmerecer su valía técnica o de gestión; pero lamentablemente no siempre la valía es condición ni necesaria ni suficiente para ascender…)

Pues bien, en esos mails (cuya lectura es casi tan larga como este rollo que os estoy metiendo) queda claro que los responsables del Shuttle ya no se fían en absoluto de los sensores ECO. Hale reconoce que se lleva años trabajando en ello, años intentando mejorar su fiabilidad, y que no se ha conseguido nada. Hasta ahora, cada vez que fallaban, se actuaba creyendo que se podrían solucionar los problemas definitivamente. Ahora han llegado a la conclusión de que no, que esto no hay quien lo solucione, que probablemente la única acción efectiva sería partir de cero con un nuevo diseño de los sensores… y que para eso no hay tiempo antes de que llegue la fecha de retirada del Shuttle.

Hale concluye que, por duro que resulte reconocerlo, parece que esos sensores no han sido fiables nunca. Que, en el fondo, se ha estado volando a ciegas, confiando en un sistema de seguridad que probablemente nunca ha sido de fiar. Y que, afortunadamente, hasta ahora no ha sido necesario utilizar… pero que nunca se sabe si se necesitará en el futuro. McArthur, por su parte, comenta que tampoco ha habido que utilizar nunca el sistema de escape de la tripulación, y que sin embargo nadie se plantea desmantelarlo para ahorrar peso.

Esta respuesta de McArthur viene a colación porque el planteamiento que empieza a correr por la NASA es que quizás haya que prescindir de los sensores ECO. Parece una decisión dura, y lo es. Mucho. Pero hay que reconocer que en algo tienen razón: si no son fiables, si has llegado al extremo de no poder confiar en que lo que indican es correcto… ¿para qué sirven?

El debate es complicado, y es la principal razón del retraso. En la NASA, prácticamente se descarta que el problema con los sensores pueda solucionarse. Es decir, puede que en el próximo intento de lanzamiento todos “parezcan” funcionar bien, pero en la situación actual, ya casi da lo mismo lo que indiquen, bien o mal: nadie los cree. Y se ha trabajado tanto en ello, que se ha abandonado cualquier esperanza de solucionarlo. Pero ahora existe un serio dilema en torno a este problema: ¿qué hacer?

Una vez más, se demuestra que en estas cosas no hay blanco ni negro, que las decisiones no son fáciles, y que hagas lo que hagas, corres el riesgo de equivocarte. Los ECO nunca han llegado a hacer falta, y probablemente no hagan falta nunca… pero, parafraseando a Feynman de nuevo, cuando juegas a la ruleta rusa, que el primer tiro tenga éxito no es garantía para el próximo. Por otra parte, mantener en activo un sistema que igual puede funcionar que no, en el fondo es engañarse a uno mismo. Otra opción, que creo que nadie se plantea por el momento, sería un nuevo parón del programa… que dados los plazos en juego, realmente significaría el abandono definitivo del Shuttle. O, simplemente, aceptar que, como dijo el astronauta Grissom antes de morir en el accidente del Apollo 1, “éste es un negocio arriesgado… pero la conquista del espacio bien merece arriesgar la vida”.

Entre tanto, los europeos cruzamos los dedos para que, tras cinco años de retrasos ajenos a nosotros, el Columbus llegue finalmente a la estación en enero de 2008. Y para que la ISS finalmente pueda ser operativa, para que lleguen el resto de módulos y que sus tripulaciones puedan elevarse hasta 6 miembros, permitiendo por fin dedicarse a la experimentación y no sólo al mantenimiento del propio complejo. Pero, sinceramente, estos mails filtrados me crean ahora una gran incertidumbre sobre todo esto. Porque, si la cosa se pone seria, puede que el futuro de la ISS esté en juego.

Donde dije “digo”, digo “Diego”

Si alguien entiende a los políticos, que me lo diga, por favor. Aunque sea redundar en más de lo mismo, la noticia es tan surrealista que creo oportuno reseñarla aquí.

En el anterior artículo, escrito hace apenas 3 semanas, os contaba cómo Griffin (el Administrador de la NASA) había confirmado con claridad meridiana que no habría más Shuttle a partir de 2010. Griffin (que en otras ocasiones ya ha dejado claro que no le gusta ni el Shuttle, al que calificó de “error”, ni la ISS, que le desvía de su pasión por volar “hasta el infinito y más allá”) quiere liberar cuanto antes los recursos invertidos en el programa del transbordador para poder aplicarlos al programa Constellation (Ares-Orión; veréis que no menciono la misión lunar… de momento bastante hay con hacer el cohete y la nave, luego ya veremos si se usa más allá de la órbita terrestre). Lo de acabar con el transbordador cuanto antes es un deseo lógico, desde su punto de vista, porque los presupuestos no dan para todo. Pero es que además, de esta forma no hace más que seguir al pie de la letra el dictado del Presidente de los Estados Unidos: en su “famoso” (para los cuatro gatos que seguimos estas cosas) discurso de enero de 2004, en el que anunció la nueva política espacial orientada hacia “la Luna y más allá”, Bush dijo que el Shuttle se retiraría en 2010. Vale, también añadió “tras finalizar la ISS”, y eso a día de hoy no está del todo asegurado que se consiga para esa fecha. Pero Griffin se agarra a lo que más le interesa, que es liberar fondos para su proyecto del alma.

Pues bien, lo surrealista del tema, es que ahora viene un congresista republicano (es decir, del mismo partido que el presidente que inició todo esto) y exige formalmente a la NASA que lleve a cabo las acciones necesarias para asegurar que el Shuttle podrá mantenerse en activo más allá de 2010, si fuera necesario. Ello implica no desmantelar nada (algo que quería ir haciendo Griffin, para ahorrar costes): ni rescindir contratos relacionados con el programa, ni ir cerrando instalaciones productivas, ni nada por el estilo. Eso sí, el muy cachondo (con perdón) le dice que tiene que hacer esto con los mismos fondos (que ni se le ocurra pedir un dólar más) y sin afectar para nada al programa Constellation (Ares-Orión), manteniendo su planificación. Y que ya puede ir pensando cómo hacerlo, que el 1 de marzo le esperan en el Congreso para que les explique cómo lo va a conseguir.

Bueno, pues parece que Griffin se va a ganar el sueldo, porque la petición es de las de callejón sin salida. Bueno, sí, tiene una salida, claro, la misma seguida hasta ahora: seguir cancelando otros programas menos vistosos, aunque tengan mayor contenido científico. Porque el congresista Weldon ha exigido que no se toque al Constellation, pero al resto de programas, que les zurzan. Total, ¿a quién le importa la ciencia?

La parte positiva de esto es que, si finalmente va adelante (no conozco los detalles de la política interna norteamericana, pero entiendo que sí, que esto es una exigencia formal en toda regla) los socios de la ISS podrán respirar algo más aliviados, con una mayor esperanza de que el proyecto no se quede a medias (aunque, como he dicho varias veces, la versión de ISS de la que se habla ahora es ya una versión mutilada de la que debería ser, tras los recortes unilaterales realizados por los Estados Unidos al proyecto). Por ejemplo, la cúpula (módulo europeo “Cupola”) tendrá más posibilidades de ser instalada algún día (siendo uno de los últimos elementos en montarse, es uno de los más amenazados por la retirada del transbordador). Pero si para “salvar” la ISS hay que seguir cancelando otros programas, estamos “haciendo un pan como unas hostias”, como dice mi madre.

En fin, política, ciega política. Por cierto, ahora que hablo de política ciega, recuerdo que algunos críticos de la “visión de Bush” la tildaron de ser una “visión miope”. Pues si siempre estuve de acuerdo con esto, ahora creo que pierde vista día a día. Y parece que en el gobierno norteamericano no debe haber buenos oftalmólogos…

En la foto, el congresista Weldon, con la sonrisita irónica que se le debió quedar tras lanzar su ultimátum a Griffin (“te la he metido doblada”, parece pensar, con perdón, que ya sé que estoy muy ácido hoy). Hale, hasta otra.

(Para el que le interese, aquí tenéis el texto de la enmienda del congresista Weldon)