Ayer, 15 de agosto de 2006, la sonda norteamericana Voyager 1 cubrió otro importante hito en su periplo interestelar. Ayer, esta venerable sonda cruzó la línea de las 100 U.A. de distancia con respecto al Sol.
Como sabemos, 1 U.A. (Unidad Astronómica, o distancia media Tierra-Sol) son 149,6 millones de kilómetros. Así que este pequeño robot lanzado en 1977 está ya a unos 15.000 millones de kilómetros de nuestra estrella (y a algo más, o algo menos, de nuestro planeta, según la época del año y según se desplaza éste por su órbita alrededor del Sol; pero la diferencia es prácticamente despreciable, dadas las cifras barajadas).
La misión de las sondas Voyager ha sido sin duda una de las de mayor éxito de todos los tiempos. 29 años después de su lanzamiento (la Voyager 1 salió de la Tierra el 5 de septiembre de 1977, mientras que su compañera lo hizo algo antes, el 20 de agosto del mismo año), aún siguen operativas y suministrando datos de utilidad para los científicos. Gracias a ellas, conocimos en profundidad los planetas gigantes exteriores, desde Júpiter a Neptuno. La Voyager 1 sólo visitó los dos primeros, Júpiter y Saturno; después se eligió desviarla del plano de la eclíptica (aquel en el que se mueven los planetas del Sistema Solar) para lanzarla en una dirección casi perpendicular, a estudiar el medio espacial fuera de dicho plano. La Voyager 2, por su parte, continuó su viaje hacia los confines de nuestro vecindario estelar, ofreciéndonos las primeras y bellísimas imágenes de Urano, Neptuno, y sus lunas. A lo largo de estos años de misión, las sondas descubrieron decenas de nuevos satélites de todos estos mundos, nos suministraron cientos de fotografías de sus superficies, y datos que permitirían a los científicos estudiar su composición y naturaleza. Podemos decir que es fundamentalmente gracias a ellas como comenzamos a comprender de verdad el Sistema Solar exterior.
Hoy, 29 años más tarde, ambas siguen operativas y alejándose más y más de su planeta de origen y de la estrella que lo ilumina; visto desde las Voyager, el Sol es ahora nada más que una estrella brillante en el firmamento, con un aspecto muy alejado de la gran bola de fuego que contemplamos desde nuestra Tierra. Y ambas continúan alejándose, con una velocidad suficiente para escapar a la influencia gravitatoria solar y perderse para siempre en el espacio interestelar.
La Voyager 1 (la Voyager 2 también está en camino) está alcanzando la heliopausa, el límite donde se deja de sentir la influencia solar, en términos de campo magnético y viento solar. Más allá, se abre el espacio interestelar imperturbado; un medio de alto interés para los científicos que estudian nuestro Universo.
Las sondas siguen operativas gracias a su fuente de energía nuclear. No un reactor nuclear, como se podría imaginar, sino un prácticamente inofensivo trozo de material de uranio que, gracias a su radiactividad natural (suficientemente baja como para no requerir grandes protecciones para su manipulación en tierra), genera un calor constante que se utiliza para producir electricidad. Una electricidad que alimenta los sistemas de la sonda, permitiéndola transmitir aún, a distancias casi inconcebibles, datos científicos sobre el espacio por el que transitan. Algo que aún seguirán haciendo durante unos cuantos años más, mientras no se averíe alguno de sus sistemas (cuyo diseño no preveía una vida útil tan longeva) y mientras en la Tierra se dediquen los recursos necesarios para seguir recibiendo la débil señal enviada por estos dinosaurios de la exploración espacial.
A las Voyager les tengo un cariño especial. Siempre me emocionó la elegancia de su trayectoria (la de la Voyager 2, en concreto), ese peregrinar de un planeta a otro del sistema solar exterior, acelerándose y desviándose hacia el siguiente gracias a los campos gravitatorios de los planetas que iba sobrepasando, en una trayectoria perfectamente calculada. Como un barco de vela que surcase los océanos impulsado sólo por el viento, así han surcado las Voyager nuestro vecindario espacial, jugando con la gravedad y aprovechándola en su beneficio. La tecnología aprovechando lo que la Naturaleza nos ofrece sin coste, gracias al ingenio de la mente humana. El "Grand Tour" del Sistema Solar... una maravilla, que se me quedó grabada desde el momento en que tuve noticias de su existencia. Desde entonces, siempre me ha apasionado todo lo referente al cálculo de trayectorias y la mecánica orbital.
Pero supongo que en este romanticismo con el que siempre he observado la misión de las Voyager, influye también el periodo de tiempo durante el que se ha desarrollado su misión. Cuando pasaron por Júpiter y Saturno, yo tenía 13 y 14 años, respectivamente, y ya empezaba a apasionarme por todo lo relacionado con la exploración espacial. Pero, como creo que nos pasó a muchos, el espaldarazo final lo supuso la serie Cosmos (en su primera etapa de emisión), con el inolvidable Carl Sagan haciéndonos soñar con mundos lejanos visitados por pequeños ingenios mecánicos que nos revelaban vistas maravillosas de gigantes planetas gaseosos. Esas imágenes de majestuosos y coloridos mundos de gas, la melodiosa voz del doblador de Sagan (¡qué bueno era también el actor de doblaje!) y el misterio de las asistencias gravitatorias en sus trayectorias (algo que me intrigaba enormemente, pues no alcanzaba a comprenderlo de verdad) me atraparon para siempre en este apasionante mundo de la exploración espacial. (Fotos NASA)
Como sabemos, 1 U.A. (Unidad Astronómica, o distancia media Tierra-Sol) son 149,6 millones de kilómetros. Así que este pequeño robot lanzado en 1977 está ya a unos 15.000 millones de kilómetros de nuestra estrella (y a algo más, o algo menos, de nuestro planeta, según la época del año y según se desplaza éste por su órbita alrededor del Sol; pero la diferencia es prácticamente despreciable, dadas las cifras barajadas).
La misión de las sondas Voyager ha sido sin duda una de las de mayor éxito de todos los tiempos. 29 años después de su lanzamiento (la Voyager 1 salió de la Tierra el 5 de septiembre de 1977, mientras que su compañera lo hizo algo antes, el 20 de agosto del mismo año), aún siguen operativas y suministrando datos de utilidad para los científicos. Gracias a ellas, conocimos en profundidad los planetas gigantes exteriores, desde Júpiter a Neptuno. La Voyager 1 sólo visitó los dos primeros, Júpiter y Saturno; después se eligió desviarla del plano de la eclíptica (aquel en el que se mueven los planetas del Sistema Solar) para lanzarla en una dirección casi perpendicular, a estudiar el medio espacial fuera de dicho plano. La Voyager 2, por su parte, continuó su viaje hacia los confines de nuestro vecindario estelar, ofreciéndonos las primeras y bellísimas imágenes de Urano, Neptuno, y sus lunas. A lo largo de estos años de misión, las sondas descubrieron decenas de nuevos satélites de todos estos mundos, nos suministraron cientos de fotografías de sus superficies, y datos que permitirían a los científicos estudiar su composición y naturaleza. Podemos decir que es fundamentalmente gracias a ellas como comenzamos a comprender de verdad el Sistema Solar exterior.
Hoy, 29 años más tarde, ambas siguen operativas y alejándose más y más de su planeta de origen y de la estrella que lo ilumina; visto desde las Voyager, el Sol es ahora nada más que una estrella brillante en el firmamento, con un aspecto muy alejado de la gran bola de fuego que contemplamos desde nuestra Tierra. Y ambas continúan alejándose, con una velocidad suficiente para escapar a la influencia gravitatoria solar y perderse para siempre en el espacio interestelar.
La Voyager 1 (la Voyager 2 también está en camino) está alcanzando la heliopausa, el límite donde se deja de sentir la influencia solar, en términos de campo magnético y viento solar. Más allá, se abre el espacio interestelar imperturbado; un medio de alto interés para los científicos que estudian nuestro Universo.
Las sondas siguen operativas gracias a su fuente de energía nuclear. No un reactor nuclear, como se podría imaginar, sino un prácticamente inofensivo trozo de material de uranio que, gracias a su radiactividad natural (suficientemente baja como para no requerir grandes protecciones para su manipulación en tierra), genera un calor constante que se utiliza para producir electricidad. Una electricidad que alimenta los sistemas de la sonda, permitiéndola transmitir aún, a distancias casi inconcebibles, datos científicos sobre el espacio por el que transitan. Algo que aún seguirán haciendo durante unos cuantos años más, mientras no se averíe alguno de sus sistemas (cuyo diseño no preveía una vida útil tan longeva) y mientras en la Tierra se dediquen los recursos necesarios para seguir recibiendo la débil señal enviada por estos dinosaurios de la exploración espacial.
A las Voyager les tengo un cariño especial. Siempre me emocionó la elegancia de su trayectoria (la de la Voyager 2, en concreto), ese peregrinar de un planeta a otro del sistema solar exterior, acelerándose y desviándose hacia el siguiente gracias a los campos gravitatorios de los planetas que iba sobrepasando, en una trayectoria perfectamente calculada. Como un barco de vela que surcase los océanos impulsado sólo por el viento, así han surcado las Voyager nuestro vecindario espacial, jugando con la gravedad y aprovechándola en su beneficio. La tecnología aprovechando lo que la Naturaleza nos ofrece sin coste, gracias al ingenio de la mente humana. El "Grand Tour" del Sistema Solar... una maravilla, que se me quedó grabada desde el momento en que tuve noticias de su existencia. Desde entonces, siempre me ha apasionado todo lo referente al cálculo de trayectorias y la mecánica orbital.
Pero supongo que en este romanticismo con el que siempre he observado la misión de las Voyager, influye también el periodo de tiempo durante el que se ha desarrollado su misión. Cuando pasaron por Júpiter y Saturno, yo tenía 13 y 14 años, respectivamente, y ya empezaba a apasionarme por todo lo relacionado con la exploración espacial. Pero, como creo que nos pasó a muchos, el espaldarazo final lo supuso la serie Cosmos (en su primera etapa de emisión), con el inolvidable Carl Sagan haciéndonos soñar con mundos lejanos visitados por pequeños ingenios mecánicos que nos revelaban vistas maravillosas de gigantes planetas gaseosos. Esas imágenes de majestuosos y coloridos mundos de gas, la melodiosa voz del doblador de Sagan (¡qué bueno era también el actor de doblaje!) y el misterio de las asistencias gravitatorias en sus trayectorias (algo que me intrigaba enormemente, pues no alcanzaba a comprenderlo de verdad) me atraparon para siempre en este apasionante mundo de la exploración espacial. (Fotos NASA)
5 comentarios:
Ay, qué nostalgia! :) Y la voz de José María del Río dando vida a Sagan en Cosmos. Creo que este doblador aún está en activo. Sé su nombre porque me quedó grabado un día que seguía Radio Nacional para oir noticias de la caída del Skylab, en 1979. Estaban haciendo teatro radiofónico y dieron su nombre, y yo dije: pero si es Carl Sagan!! Luego he visto la serie Cosmos en inglés y la de Sagan tampoco está mal, intentando transmitir ese romanticismo del espacio y la ciencia en general...
Sí, ahora que lo dices, me suena bastante el nombre de José María del Río. No he oído a Sagan en versión original, aunque si no recuerdo mal, en Cosmos el doblaje era "superpuesto", y se le oía un poquillo de fondo. Lo mejor de él era, como tú dices, que transmitía perfectamente: sus expresiones, sus gestos... era un divulgador tremendamente expresivo, que transmitía pasión por lo que contaba. Como científico sería buenísimo, pero como divulgador científico me atrevería a decir que fue inigualable (al menos a nivel televisivo). O es que lo miro con los ojos de la añoranza de la juventud... :-)
Lo bueno de Cosmos, además, es que no sólo se trataba de divulgación espacial... incluía biología, historia (¡anda que no aprendí cosas sobre los filósofos griegos, que me impresionaron un montón!), etc. De nuevo no sé si la edad con que lo vi influye, pero lo cierto es que no he vuelto a ver ningún documental científico, por bueno que sea, que me impactara tanto como Cosmos. Pero puede que fuera eso, la edad, o que fue el primero.
Casi no recuerdo la serie -hace ya tantos años...-.Lo que sé de ella lo sé gracias al libro,el cual por suerte puede leerse en muchas bibliotecas.
Qué gran autor Carl Sagan.Cómo conseguía transmitir la épica de la exploración espacial en sus obras."Un punto azul pálido" siguió con lo que no pudo tratarse en "Cosmos":la misión de las Voyager en Saturno,Urano,y Neptuno.
Recuerdo que el día que supe de su muerte fue cuándo había sacado de la biblioteca "Un punto azul pálido".En las noticias hablaban de su muerte y lloré (lo reconozco).Sólo puedo imaginarme cómo habría disfrutado Sagan con la misión Cassini-Huygens y con sus apasionantes descubrimientos en Titán.
Scorpius OB1
Como sigáis así me pongo a llorar. Recuerdo que la serie la emitieron en verano, y en mi casa la hora de emisión era sagrada. Si, yo tenía entonces unos 18 años, y realmente me impactó. En el siguiente mes de Setiembre, se daban de tortas para matricularse en la facultad de Físicas.
Hummm, no recuerdo bien, pero creo que debes referirte a la segunda etapa de emisión, que debió ser ya en los 90, o finales de los 80. Porque, aunque la memoria me falla, me parece relacionar más la serie (la primera emmisión) con el otoño o así...
En cualquier caso, si estas cosas realmente sirven para despertar vocaciones científicas, es un gran logro. Aunque la verdad, con Sagan no era difícil sentirse embriagado por la ciencia...
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