23 noviembre 2007

Cosas de la NASA

El pasado 15 de noviembre, el Administrador de la NASA Michael Griffin dio una charla sobre el futuro próximo del programa espacial norteamericano, incluida la retirada del Space Shuttle. En paralelo, recientemente surgían algunas noticias alertando de nuevos problemas en el desarrollo del lanzador Ares, encargado de lanzar a los astronautas al espacio a bordo de la nueva nave Orión tras la desaparición del transbordador. Aunque en ninguno de los casos se hacen descubrimientos espectaculares, puede ser interesante dar un breve repaso a los aspectos más destacables de cada uno, junto con un poquito de análisis personal (que es lo que me gusta, y para lo que hice el blog).

Del discurso de Griffin no hay mucho que destacar. Básicamente, se limita a repetir o confirmar lo que ya se sabía. Por ejemplo, la retirada del Shuttle a finales de 2010. Griffin básicamente repite que se retirará en esa fecha, caiga quien caiga. No sólo fue la fecha marcada por el Presidente en su discurso de 2004 (esto no lo dijo él, sino yo), sino que mantenerlo activo por más tiempo supondría tener que seguir asignando fondos al programa. Con el ajustado presupuesto de la NASA, esto obligaría a quitarlos del nuevo programa Ares-Orión que debe sustituirlo, y ello forzaría mayores retrasos en su entrada en servicio. Así que el señor Griffin lo deja muy clarito: en 2011 ya no habrá Shuttle más que en los museos (apuesto que uno irá al Smithsonian de Washington; quizás otro acabe en el Centro Kennedy; para el tercero, se admiten apuestas; esto son hipótesis mías, naturalmente).

También afirma que para entonces se habrán cumplido los compromisos internacionales con sus socios en la ISS. Es decir, que se habrán lanzado los módulos comprometidos, que permitirán a los demás países del consorcio desarrollar investigación científica en la estación a un nivel razonable, y así amortizar las inversiones realizadas en el proyecto. Es curioso cómo desde el discurso de Bush de enero de 2004, se insiste en este “cumplimiento de los compromisos internacionales”. Y es que no sólo hubo más que palabras por parte de europeos, japoneses y otros cuando unilateralmente casi los dejaron en la estacada allá por 2002, cuando los norteamericanos decidieron que la ISS estaba costando mucho y que iban a cortar por lo sano aunque dejaran así en pelotas a sus socios; también el mensaje supongo que va hacia una audiencia interna, la que sigue insistiendo en que se deje la ISS para ir a la Luna. La mención de los compromisos supongo que se hace con la intención de lavarse la cara ante unos (los externos) y justificarse ante otros (los internos).

Pero lo cierto es que este compromiso puede darse de bruces con la fecha inamovible de 2010 para la retirada del transbordador. Griffin “confía” en que para entonces se habrán podido llevar a cabo todas las misiones previstas; pero lo cierto es que el calendario es apretado, y si ocurre algún imprevisto puede que alguna de estas misiones termine quedándose en tierra. Ya sabemos cómo se lo montan los huracanes y las tormentas por la zona del Caribe, y eso no hay quien lo prevea… Por no hablar de problemas técnicos que pueden aparecer en cualquier momento y ocasionar retrasos imprevistos. Aunque en este calendario se han previsto dos misiones “de contingencia”, para imprevistos (por ejemplo, para realizar reparaciones inesperadas en la ISS, o para absorber retrasos, si finalmente no hacen falta), podrían quedarse cortas. El mensaje subliminal es que esto es lo que hay, y que ojalá no pase, pero si finalmente la ISS tiene que quedarse a medias, pues se quedará. Espero que no.

Comentó Griffin también que prevé que el conjunto Ares-Orión entre en servicio en 2015. Ello supone reconocer oficialmente un año de retraso sobre la fecha inicialmente anunciada de 2014, que por cierto el propio Griffin anunció que esperaba adelantar, al poco de hacerse cargo de su puesto al frente de la NASA. Si se cumple la fecha, serán 5 años de vacío entre el Shuttle y el Orión, 5 años en los que los astronautas norteamericanos tendrán que subir al espacio comprando asientos en las Soyuz. Y será el segundo mayor periodo histórico en el que los Estados Unidos han carecido de vehículo para acceder al espacio, tras los 6 años que pasaron entre la retirada de la nave Apollo y la entrada en servicio del Shuttle. Bueno, eso si se cumple la fecha de 2015, claro…

Poco más que destacar del discurso de Griffin. Buenas palabras y tal, pero poca chicha. Si acaso, hablar un poco del COTS, el programa instaurado por la NASA para que empresas privadas provean a la agencia de medios para acceder al espacio. Es decir, se trata de subvencionar a la industria para que desarrollen vehículos que sirvan para enviar carga y/o tripulaciones a la ISS, en el futuro. Los vehículos serían comercializados por las empresas, y la NASA compraría sus servicios, que no tendrían por qué ser en exclusividad. Se pretendía fomentar así la participación de la industria en los costes del acceso a la órbita terrestre, fomentando el comercio espacial (las empresas desarrollarían vehículos que podrían comercializar a otros clientes), al tiempo que se ahorraban a la NASA los costes de desarrollo (aparte del dinero que se estaba aportando como subvención). Una buena idea en principio, pero con poco éxito hasta ahora (por no decir un resultado desastroso).

Y es que, aunque Griffin dijo que “confía” en que la cosa dará frutos, lo cierto es que a una de las empresas que supuestamente iban más avanzadas en el tema, Rocketplane Kistler, la NASA tuvo que rescindirle el contrato el pasado mes de octubre, por haberse demostrado que no cumplía los compromisos pactados. Es decir, que tenía pinta de que su proyecto estaba en pelotas, con perdón. No es un buen augurio para el futuro del programa COTS…

Y dejamos ya el discurso de Griffin, que, aunque mucho más largo, no da para más. Pasamos a los nuevos rumores sobre los problemas de desarrollo del Ares (y van unos cuantos…)

Pues bien, desde mi punto de vista, esta vez los rumores son bastante vacíos. Más sensacionalismo que otra cosa. La noticia decía que se ha descubierto que el nuevo cohete Ares podría desarrollar una fuerte vibración longitudinal durante el ascenso, que podría casi hacer peligrar el proyecto, al poderlo hacer inviable para transportar seres humanos.

Pues bien, es verdad. Es decir, durante el proceso de desarrollo (aún a nivel puro de diseño) se ha detectado (sobre el papel; o sobre la pantalla, mejor dicho) que puede existir ese problema. Pero eso no quiere decir que peligre el proyecto. Peligraría si no se hubiera detectado. Ahora es el momento justamente de eso, de detectar los posibles problemas y corregirlos. Así funcionan los proyectos de desarrollo. ¿O es que alguien se creía que cuando se lanza un nuevo producto todo el proceso de diseño va como la seda?

Veamos: las vibraciones longitudinales son bastante típicas de los motores de propulsante sólido, especialmente los de esta geometría, de gran longitud. Las inevitables inestabilidades en la combustión del propulsante (que se minimizan de diferentes formas, pero son prácticamente imposibles de eliminar del todo) provocan fluctuaciones en la presión interior, dando lugar a ondas de presión; si la longitud de la cámara de combustión (en este tipo de cohetes básicamente coincide con la longitud del mismo) es múltiplo de la longitud de onda de la oscilación, la onda puede entrar en resonancia, rebotando en los extremos y superponiéndose la onda “de ida” con la “de vuelta”, amplificándose la vibración. O también puede entrar en resonancia la frecuencia de la onda con una frecuencia propia de la estructura del cohete, con el mismo resultado (amplificación).

Este efecto es usual, y lo que hay que intentar hacer es minimizarlo, aunque no sea fácil. Pero no es un problema del Ares; por ejemplo, el Ariane 5 lo ha sufrido en sus aceleradores laterales, y ha costado tiempo ir haciéndolo disminuir. Supongo que el Shuttle también lo tuvo en sus SRBs, aunque no tengo datos al respecto, y que también se solucionó. Pero ahora se coge uno de esos SRBs y se alarga, cambiando uno de los parámetros que afectan a la vibración, de modo que es lógico que el equilibrio que se había logrado se altere, y que puedan surgir problemas. Lo importante es estar atento, detectarlo, y buscar soluciones. Es decir, justo lo que se ha hecho. Ningún misterio. Como decía antes, lo grave hubiera sido descubrirlo con el cohete ya fabricado, en los primeros ensayos.

Aún así, esto podría ocurrir. Porque aunque nuestros análisis, modelos matemáticos, etc, son hoy día muy ajustados a la realidad, no son perfectos. Y, además, los ingenieros somos humanos, y podemos pasar algún detallito por alto. Por eso se hacen ensayos. Y por eso esos ensayos pueden dar sorpresas, a pesar de todo. Aunque en ese caso sí, sería más grave, y más costoso solucionarlo, en todos los sentidos (coste y plazo, y quizás prestaciones). Pero vamos, que poner ahora el grito en el cielo por un problema detectado justo cuando se debe detectar, me parece un poco sensacionalista.

Y nada más. Como dicen por ahí: seguiremos informando.

17 noviembre 2007

El cometa Holmes

Este año está resultando de lo más espectacular en materia de cometas. Aunque no haya tocado paso del Halley, el más famoso con diferencia, y por ello no haya habido grandes titulares en prensa y televisión, lo cierto es que el espectáculo cometario que nos están brindando los cielos es muy superior al del último paso del cometa que pintó Giotto.

A comienzos de año tuvimos al McNaught, que nos brindó un espectáculo de lo más extraordinario, especialmente a los habitantes del hemisferio sur. Las fotografías tomadas por los aficionados de este magnífico cometa fueron todo un espectáculo visual, y todo ello contemplable a simple vista, sin ayuda de telescopios.

El pasado 24 de octubre el cielo nos sorprendió de nuevo con la erupción del cometa 17P/Holmes. Aunque no fue ni muchísimo menos tan impresionante como el McNaught, lo cierto es que su espectacular aumento de brillo de un día para otro sorprendió a los científicos. Pero para los aficionados de a pie, no representaba un gran interés: apenas un pequeño puntito que había aparecido en el cielo, en la constelación de Perseo. Nada destacable, prácticamente desapercibido a simple vista, y por ello fue una noticia que no comenté aquí, dado que entiendo que, salvo excepciones, los lectores de este blog no soléis ser astrónomos aficionados; y si lo sois, ya habréis accedido a estas informaciones por otros medios. Para el simple aficionado a mirar al cielo, como yo, ver una pequeña estrellita más en el firmamento no representaba un gran espectáculo, a pesar de su innegable interés científico.

La causa del repentino aumento de brillo no está clara. Se especula con que pudo producirse una gran grieta en la superficie del cometa, exponiendo más material al calor del Sol, y aumentando así repentinamente la cantidad de gases generados por sublimación, que resplandecerían al brillo del Sol. Fue algo realmente espectacular en términos cuantitativos, pues su brillo se multiplicó aproximadamente por un millón, consiguiendo hacer visible a simple vista el hasta entonces invisible cometa. Pero ya digo que, como espectáculo visual, quedaba muy lejos del MacNaught o incluso de otros cometas más modestos. Por cierto, que el descubrimiento de la repentina erupción del Holmes se lo debemos a dos aficionados españoles: J.A. Henríquez fue el primero en advertirlo, desde Canarias, seguido pocos minutos despúes por Ramón Naves, desde Barcelona. Enhorabuena a ambos.

Más adelante, los acontecimientos se sucedieron. Algunos días después, el cometa desarrolló una pequeña cola (en principio no la tenía), aunque sólo apreciable con telescopios. Más adelante, entre el 9 y el 10 de noviembre, la cola se desprendió debido a una tormenta solar, un acontecimiento sin precedentes, algo que no se había podido observar hasta entonces. Desde luego, el Holmes estaba siendo el protagonista de las conversaciones en los círculos de expertos y aficionados… pero a simple vista, el cielo seguía siendo más o menos el de siempre (bueno, con una estrella más, pero eso no suele llamar la atención del ciudadano medio).

Pero no terminaron ahí las sorpresas. Aunque no ha vuelto a desarrollar una cola, en los últimos días la coma (la nube de polvo que rodea al núcleo del cometo) ha crecido de forma espectacular, hasta un diámetro de 1,4 millones de kilómetros… ¡más grande que el propio Sol! Evidentemente, esto no quiere decir que brille más que el Sol, ni muchísimo menos, pero sí se ha hecho más visible a simple vista. Ahora aparece como una estrella rodeada de una “neblina” (la coma) que parece “tragarse” a algunas estrellas de su alrededor. Parece que la próxima noche del día 19 será una de las mejores para contemplarlo, junto a la estrella Mirfak (la más brillante de la constelación de Perseo), que aparecerá “tragada” por la nube cometaria.

No llega a ser el magnífico espectáculo del McNaught, pero lo cierto es que el cielo no deja de darnos sorpresas este año. Así que recordadlo cuando sagáis a la calle por la noche: mirad hacia arriba, a ver si véis al Holmes. Que espectáculos así no ocurren todos los días. (Foto: Doug Zubenel)

12 noviembre 2007

La CIA y el programa espacial norteamericano

Confirmado: la decisión de lanzar el primer satélite artificial norteamericano (que se esperaba sería el primer satélite artificial de la Historia) surgió como consecuencia de recomendaciones de la CIA.

Lo revela el historiador espacial norteamericano Dwayne Day, tras la desclasificación de una serie de documentos de los años 50 a petición suya, en base al Acta de Libertad de Información (FOIA). Las nuevas informaciones que han salido a la luz vienen a confirmar que fue la CIA la primera en recomendar la puesta en marcha de un programa de satélites artificiales, con el objetivo último de utilizarlos como instrumentos de observación y espionaje sobre territorio enemigo. Pero también, en una primera instancia, con el objetivo inmediato de establecer la libertad de sobrevuelo desde el espacio, con el lanzamiento de un satélite artificial científico, puramente civil.

La revelación no es novedosa cien por cien, en el sentido de que ya se sabía hace tiempo que la administración Eisenhower manejaba estos mismos razonamientos como respaldo al programa Vanguard. Pero se ignoraba que fuera la propia Agencia Central de Inteligencia la que estuviera directamente detrás de estas ideas. Los informes también revelan que fue Richard Bissell, un famoso funcionario de la agencia, responsable del programa de aviones espía U-2, de los satélites espía de la serie Corona, e involucrado en el golpe de estado de Guatemala y el fiasco de Bahía de Cochinos, la persona que estuvo detrás de estas recomendaciones.

Según parece, fue en el otoño de 1954 cuando la CIA desarrolló el concepto de “libertad en el espacio”, referido al derecho de sobrevolar el territorio de una nación extranjera desde más allá de la atmósfera. Por aquel entonces, en plena Guerra Fría con la Unión Soviética, los Estados Unidos buscaban un medio con el que poder observar el territorio de su mayor enemigo desde el aire. El reconocimiento aéreo siempre ha sido reconocido como una herramienta de gran utilidad desde el nacimiento de la aviación, pero también desde entonces, el espacio aéreo de una determinada nación se considera soberanía de esa nación, y su intrusión no autorizada puede entenderse como un acto hostil, que da derecho a abatir al avión intruso. La alternativa en marcha por aquel entonces era desarrollar un avión de gran altitud, capaz de volar por encima de los 20.000 metros, donde los cazas enemigos no podrían alcanzarle. Bajo este concepto se desarrollaría el famoso avión espía U-2.

Pero a comienzos de los años 50, otras ideas que no tenían nada que ver con el espionaje y lo militar empezaban a extenderse por la sociedad norteamericana. En los primeros años 50, la llegada del hombre al espacio empezaba a parecer algo más que ciencia-ficción, gracias en buena medida a la campaña de divulgación popular emprendida por Wernher von Braun en la revista Collier’s. Conceptos como el del satélite artificial aparecían así como algo más cercano y factible de lo que cualquiera hubiera podido pensar apenas unos pocos años atrás, y los responsables de los servicios de inteligencia norteamericanos no permanecieron impasibles ante el potencial que se les vislumbraba.

Así, mientras se ponían en marcha proyectos como el del avión espía U-2, no resultaba complicado imaginar la posibilidad de ir más allá, y salir de la atmósfera terrestre para llevar a cabo esas mismas funciones desde un satélite artificial. Un satélite espía.

Ahora bien… ¿cuál sería la legalidad internacional de una acción como esa? Estaba claro que invadir el espacio aéreo de un país extranjero era un acto ilegal, pero… ¿dónde terminaba ese espacio aéreo? Hasta ahora, nunca había existido motivo para preguntárselo, pero una vez que diera comienzo la era espacial, habría que establecer algún límite, pues era claro que no podía prolongarse la vertical hasta el infinito, al igual que no se hacía con la territorialidad de las aguas marinas. Ese límite bien podría ser el límite atmosférico, aquel en el cual los aviones dejaban de sustentarse aerodinámicamente, allí donde se podía considerar que daba comienzo el espacio. Pero por el momento, todo esto no era más que teoría.

Pensando en el momento en el que su país pudiera realmente desarrollar ingenios espaciales de observación, la CIA decidió que sería bueno llevar a cabo alguna acción de apariencia completamente inocente y ajena a la política y los ejércitos, que sirviera para reivindicar la naturaleza internacional del espacio exterior, y posibilitar así el uso posterior de dicho espacio para llevar a cabo tareas de espionaje con total impunidad. Bissell y su equipo pensaron que sería bueno lanzar un satélite civil científico que sirviera para introducirse en este nuevo territorio virgen que era el espacio. El satélite por fuerza sobrevolaría un gran número de países en su recorrido orbital, con lo que la aceptación internacional de dicho satélite supondría la aceptación tácita del derecho de sobrevuelo desde el espacio. De esta forma, quedaría abierto el camino a futuras misiones de observación militar.

Hasta ahora sabíamos que esta idea estaba en la mente de Eisenhower cuando aprobó el proyecto Vanguard, lo que no sabíamos era que hubiera procedido de la CIA, ni que hubiera sido la primera recomendación al Presidente para lanzar el satélite. Hasta ahora se creía que la primera recomendación de este tipo había procedido de un comité de asesores científicos civiles de la Casa Blanca en 1955. Este “Panel de Capacidades Tecnológicas” había recomendado el “Programa de Satélite Científico” para ser llevado a cabo durante el Año Geofísico Internacional (IGY), argumentando, entre otros, su utilidad para establecer el derecho de sobrevuelo desde el espacio. Este comité científico asesor había sido establecido en 1954 para dar recomendaciones de cara a evitar un ataque nuclear por sorpresa con aviones o cohetes, por parte de la URSS; y entre sus análisis, aparecía el concepto de satélite espía. Poner en marcha un satélite científico con la excusa del IGY serviría para abrir camino a dicho satélite.

Esto es lo que sabíamos hasta ahora. Lo que no sabíamos es que la idea no había partido del comité científico, sino que había nacido pocos meses atrás en un despacho de Langley, desde donde llegaría hasta Washington y al comité asesor. No es que la historia cambie en su esencia, pero no deja de ser curioso.

Finalmente, ya sabemos lo que ocurrió: mientras esto acontecía en los Estados Unidos, en la URSS Korolev presionaba a los altos cargos políticos y militares para que le autorizasen a poner en órbita un satélite con su cohete R-7, sin conseguir que nadie le tomase en serio. Mientras en los Estados Unidos la administración ya apreciaba la utilidad militar del espacio, en la URSS el espacio sólo atraía a los científicos de la Academia Soviética de las Ciencias y a soñadores como Korolev, consiguiendo nada más que el desprecio y las amenazas por parte de los militares que controlaban el programa de cohetes. Sin embargo, el tesón de Korolev consiguió lograr la autorización con desgana de parte del propio Khrushchev, y el 4 de octubre de 1957 el Sputnik surcaba los cielos emitiendo su burlón bip-bip. (Existen dudas sobre si el documento de autorización del lanzamiento del Sputnik contemplaba también el inicio de un programa de desarrollo de satélites espía; se sospecha que sí, aunque dicho documento sigue estando clasificado. No obstante, esto habría ocurrido en 1956, dos años después del primer informe norteamericano al respecto).

Los Estados Unidos se sintieron conmocionados por el acontecimiento, aunque hay quien dice que en ciertos círculos próximos a la Casa Blanca la pesadumbre se encontraba mezclada con una cierta satisfacción. Al fin y al cabo, habían sido los soviéticos los primeros en sobrevolar territorio norteamericano con un ingenio espacial; ahora nadie podría oponerse a que los Estados Unidos hicieran lo propio.

A comienzos de 1958, apenas unos meses después del lanzamiento del Sputnik, la Casa Blanca daba autorización a la CIA para iniciar el programa Corona de satélites espía, cuyo primer elemento se lanzaba en junio de 1959. Habría que esperar hasta 1962 para que la Unión Soviética tuviera operativo un programa semejante, el Zenit. Pero todo eso ya es otra historia...