Ayer, 19 de marzo de 2008, murió a los 90 años el famoso escritor británico de ciencia ficción Arthur C. Clarke. La mayoría lo conocimos por su famoso libro “2001, una odisea del espacio”, aunque seguramente somos muchos más los que vimos la (rara) película de Stanley Kubrick basada en esta obra. Lo que ya no sabe tanta gente es que, además de escritor, Clarke era físico y matemático, además de un gran aficionado a la astronomía y a la astronáutica; que fue presidente de la Sociedad Interplanetaria Británica (BIS), la más antigua asociación dedicada al fomento de la astronáutica; y, sobre, todo, y ésta es la principal razón por la que le recordamos aquí, que fue el primero en establecer la utilidad de la órbita geoestacionaria para ubicar en ella satélites de comunicaciones que pudieran dar cobertura global a nuestro planeta. Quizás lo más asombroso es que esto lo propuso en fecha tan temprana como 1945, cuando hablar de viajes al espacio exterior no era aún más que ciencia-ficción.
No me extenderé más, simplemente quería recordar aquí esta no tan conocida aportación de este genial escritor a la ciencia y la tecnología del siglo XX y venideros. Naturalmente, si no hubiese escrito Clarke su artículo sobre “Repetidores extraterrestres” en 1945, no hubiese tardado algún otro científico en darse cuenta de la utilidad de la órbita geoestacionaria con estos fines, con lo que en realidad la historia hubiese transcurrido por el mismo camino con o sin Clarke. Pero, aunque se tratase de un descubrimiento evidente tarde o temprano, no podemos negarle a Clarke el honor de haber sido el primero en darse cuenta de ello. Vaya con él, pues, nuestro reconocimiento.
No me extenderé más, simplemente quería recordar aquí esta no tan conocida aportación de este genial escritor a la ciencia y la tecnología del siglo XX y venideros. Naturalmente, si no hubiese escrito Clarke su artículo sobre “Repetidores extraterrestres” en 1945, no hubiese tardado algún otro científico en darse cuenta de la utilidad de la órbita geoestacionaria con estos fines, con lo que en realidad la historia hubiese transcurrido por el mismo camino con o sin Clarke. Pero, aunque se tratase de un descubrimiento evidente tarde o temprano, no podemos negarle a Clarke el honor de haber sido el primero en darse cuenta de ello. Vaya con él, pues, nuestro reconocimiento.
1 comentario:
De Clarke queda un excelente recuerdo como generador de ideas avanzadas, en mayor medida que su calidad narrativa (hubo escritores de ciencia ficción mejores que él, como Asimov o Stanislaw Lem), y sobre todo en referencia a las posibilidades de vida y comunicación extraterrestre. Hubo unos años, simultáneamente a los primeros logros de la astronáutica, en que la posibilidad de que hubiese inteligencias extraterrestres y de contactar con las mismas tuvo fortísima popularidad: se puede decir que "hervía el ambiente" en estas materias, que generaron entusiasmos y subproductos como la afición a los OVNIS o la posibilidad de visitas extraterrestres en la Antigüedad. La obra de Clarke entronca directamente en esta línea, como se evidencia en 2001.
Por cierto, que la película de Kubrick era un rollo patatero. Pero bueno, también lo era El Ultimo tango en París. Cosas de los mitos de aquellos años... :)
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