Sí, aunque parezca mentira, puede que en toda tu vida tu relación con la NASA no haya pasado de ver algún partido de fútbol vía satélite, y que, sin embargo, puedas serle extremadamente útil a esta organización una vez muerto. En realidad, no es tan extraño una vez que se conocen los detalles, pero hay que reconocer que en un principio resulta de lo más chocante: la NASA utiliza cadáveres humanos para analizar la seguridad de sus vehículos espaciales.
Es difícil escribir una entrada así sin parecer que se está cayendo en el sensacionalismo o la sordidez, pero la verdad es que, además de resultar sorprendente para los que no estamos introducidos en estas áreas concretas, me ha parecido un tema interesante desde un punto de vista tecnológico, o dicho de forma más precisa, biomecánico. Vamos a ello:
Es de todos conocida la rutinaria utilización de maniquíes (los famosos “dummies”) para el diseño de automóviles, utilizándolos como cobayas artificiales en los no menos famosos ensayos de impacto (“crash tests”) que estamos acostumbrados a ver en televisión: un coche grabado a cámara lenta en laboratorio mientras se estrella contra un muro de hormigón, lleno de maniquíes cuyas cabezas y extremidades se agitan violentamente recordándonos el peligro que supone el acto rutinario de utilizar el coche para desplazarnos.
Aparte de para concienciarnos de las nefastas consecuencias que pueden tener nuestras negligencias al volante, estos ensayos de impacto sirven fundamentalmente para diseñar vehículos más seguros, en los que sus ocupantes sufran menos daños en caso de accidente. Para ello, estos “dummies” se diseñan con propiedades similares a las del cuerpo humano en cuanto a tamaño, articulaciones, distribución de masas, etc. Además, son equipados con diversos sensores que ayuden a establecer la gravedad de las lesiones que podrían aparecer sobre un ser humano como consecuencia del choque. El resultado son unos datos muy útiles para ayudar a los ingenieros en el diseño de vehículos más seguros.
El diseño de un vehículo espacial no funciona de forma muy diferente cuando se trata de estudiar el efecto de un aterrizaje violento sobre sus ocupantes, por ejemplo. Hay que reproducir todo tipo de situaciones en las que pueda fallar algo durante la toma de tierra, haciendo que ésta sea más violenta de lo esperado. El objetivo es diseñar un vehículo lo más seguro posible, que proteja a sus ocupantes incluso en caso de fallo de varios de los sistemas de amortiguación del aterrizaje. Es el caso, por ejemplo, de la nave Soyuz, en la que en ocasiones han fallado los retrocohetes encargados del frenado final, pero aún así los cosmonautas no han sufrido daños en esas ocasiones.
Para ensayar estos impactos también se utilizan maniquíes o “dummies” como en la industria del automóvil. Pero un “dummy” nunca representará fielmente un cuerpo humano. Y esto es especialmente así cuando hablamos de lesiones internas.
Efectivamente, en determinadas circunstancias, sometido a especiales condiciones de aceleración o vibraciones, un ser humano puede no presentar daños externos pero sufrir en cambio daños en sus órganos internos que le provoquen la muerte. Y esto no puede reproducirse adecuadamente con un maniquí, por muy perfeccionado que sea.
Hablemos, por ejemplo, de las vibraciones. ¿Qué vibraciones es capaz de soportar un ser humano? No es cuestión de probar con voluntarios, naturalmente, y un maniquí rígido no nos sirve de mucho en esto. Aquí intervienen multitud de parámetros, como las frecuencias propias de cada uno de los órganos internos del cuerpo (que dependen de la masa y el material del órgano, así como de sus “uniones” al resto del cuerpo), la distribución de masas y fluidos en el interior, los diferentes tejidos de cada órgano… Algo similar ocurre con las aceleraciones: una fuerte deceleración puede no provocar daños exteriores, pero sí provocar desgarros internos más o menos severos (hasta mortales) en el cuerpo; ¿cómo saber si una determinada deceleración es soportable o no, sin experimentar con un cuerpo real?
Aquí es donde entran en liza los cadáveres. Para estos casos en los que los maniquíes son incapaces de aportar los datos que se requieren, la NASA acude a cadáveres humanos para realizar los ensayos. Lógicamente, ensayos con animales no servirían tampoco, al ser su composición interna, sus órganos y tejidos, diferentes a los del hombre.
Estos ensayos se limitan al mínimo imprescindible y, lógicamente, se realizan respetando todas las normativas legales en cuanto a utilización para la ciencia de cuerpos donados con estos fines. Dada la sensibilidad del asunto, es un tema que raramente ha salido a la luz, siendo manejado con extrema discreción por parte de la NASA, que tampoco ha dado nunca más detalles sobre los ensayos concretos realizados con estos cuerpos. Se trata, sin duda, de un asunto delicado, pero del cual depende en buena medida la seguridad de los vehículos que llevarán en el futuro humanos vivos al espacio.
De todas formas, leyendo sobre estas cosas (me ha picado la curiosidad y he buceado un poco en esto de la utilización de cadáveres en diferentes áreas de la ciencia y la técnica) he descubierto que esto tampoco es algo exclusivo de la NASA, pues la utilización de cadáveres con estos fines también fue bastante extensa en la industria automovilística hasta que se empezaron a imponer los “dummies”, cuando ya se contaba con una buena base de datos sobre la respuesta del cuerpo humano a los impactos típicos de un automóvil a partir de ensayos con restos humanos. Aún así, la utilización de cadáveres para ensayos de impacto todavía se mantiene en ocasiones tanto en el terreno de la automoción como en el de la aeronáutica, entre otros. También es relativamente usual encontrarlos en la industria armamentística, aunque aquí con otros fines menos “honorables”.
Resulta curioso, aunque bastante lógico, el desconocimiento que existe a nivel popular sobre este tema. Se trata de una cuestión controvertida, pero vital, pues, al igual que los donantes de órganos, estos cuerpos están salvando vidas potencialmente. Por ello, desde aquí quiero decir a todos los donantes, de cualquier tipo, una sola palabra: GRACIAS.
Es difícil escribir una entrada así sin parecer que se está cayendo en el sensacionalismo o la sordidez, pero la verdad es que, además de resultar sorprendente para los que no estamos introducidos en estas áreas concretas, me ha parecido un tema interesante desde un punto de vista tecnológico, o dicho de forma más precisa, biomecánico. Vamos a ello:
Es de todos conocida la rutinaria utilización de maniquíes (los famosos “dummies”) para el diseño de automóviles, utilizándolos como cobayas artificiales en los no menos famosos ensayos de impacto (“crash tests”) que estamos acostumbrados a ver en televisión: un coche grabado a cámara lenta en laboratorio mientras se estrella contra un muro de hormigón, lleno de maniquíes cuyas cabezas y extremidades se agitan violentamente recordándonos el peligro que supone el acto rutinario de utilizar el coche para desplazarnos.
Aparte de para concienciarnos de las nefastas consecuencias que pueden tener nuestras negligencias al volante, estos ensayos de impacto sirven fundamentalmente para diseñar vehículos más seguros, en los que sus ocupantes sufran menos daños en caso de accidente. Para ello, estos “dummies” se diseñan con propiedades similares a las del cuerpo humano en cuanto a tamaño, articulaciones, distribución de masas, etc. Además, son equipados con diversos sensores que ayuden a establecer la gravedad de las lesiones que podrían aparecer sobre un ser humano como consecuencia del choque. El resultado son unos datos muy útiles para ayudar a los ingenieros en el diseño de vehículos más seguros.
El diseño de un vehículo espacial no funciona de forma muy diferente cuando se trata de estudiar el efecto de un aterrizaje violento sobre sus ocupantes, por ejemplo. Hay que reproducir todo tipo de situaciones en las que pueda fallar algo durante la toma de tierra, haciendo que ésta sea más violenta de lo esperado. El objetivo es diseñar un vehículo lo más seguro posible, que proteja a sus ocupantes incluso en caso de fallo de varios de los sistemas de amortiguación del aterrizaje. Es el caso, por ejemplo, de la nave Soyuz, en la que en ocasiones han fallado los retrocohetes encargados del frenado final, pero aún así los cosmonautas no han sufrido daños en esas ocasiones.
Para ensayar estos impactos también se utilizan maniquíes o “dummies” como en la industria del automóvil. Pero un “dummy” nunca representará fielmente un cuerpo humano. Y esto es especialmente así cuando hablamos de lesiones internas.
Efectivamente, en determinadas circunstancias, sometido a especiales condiciones de aceleración o vibraciones, un ser humano puede no presentar daños externos pero sufrir en cambio daños en sus órganos internos que le provoquen la muerte. Y esto no puede reproducirse adecuadamente con un maniquí, por muy perfeccionado que sea.
Hablemos, por ejemplo, de las vibraciones. ¿Qué vibraciones es capaz de soportar un ser humano? No es cuestión de probar con voluntarios, naturalmente, y un maniquí rígido no nos sirve de mucho en esto. Aquí intervienen multitud de parámetros, como las frecuencias propias de cada uno de los órganos internos del cuerpo (que dependen de la masa y el material del órgano, así como de sus “uniones” al resto del cuerpo), la distribución de masas y fluidos en el interior, los diferentes tejidos de cada órgano… Algo similar ocurre con las aceleraciones: una fuerte deceleración puede no provocar daños exteriores, pero sí provocar desgarros internos más o menos severos (hasta mortales) en el cuerpo; ¿cómo saber si una determinada deceleración es soportable o no, sin experimentar con un cuerpo real?
Aquí es donde entran en liza los cadáveres. Para estos casos en los que los maniquíes son incapaces de aportar los datos que se requieren, la NASA acude a cadáveres humanos para realizar los ensayos. Lógicamente, ensayos con animales no servirían tampoco, al ser su composición interna, sus órganos y tejidos, diferentes a los del hombre.
Estos ensayos se limitan al mínimo imprescindible y, lógicamente, se realizan respetando todas las normativas legales en cuanto a utilización para la ciencia de cuerpos donados con estos fines. Dada la sensibilidad del asunto, es un tema que raramente ha salido a la luz, siendo manejado con extrema discreción por parte de la NASA, que tampoco ha dado nunca más detalles sobre los ensayos concretos realizados con estos cuerpos. Se trata, sin duda, de un asunto delicado, pero del cual depende en buena medida la seguridad de los vehículos que llevarán en el futuro humanos vivos al espacio.
De todas formas, leyendo sobre estas cosas (me ha picado la curiosidad y he buceado un poco en esto de la utilización de cadáveres en diferentes áreas de la ciencia y la técnica) he descubierto que esto tampoco es algo exclusivo de la NASA, pues la utilización de cadáveres con estos fines también fue bastante extensa en la industria automovilística hasta que se empezaron a imponer los “dummies”, cuando ya se contaba con una buena base de datos sobre la respuesta del cuerpo humano a los impactos típicos de un automóvil a partir de ensayos con restos humanos. Aún así, la utilización de cadáveres para ensayos de impacto todavía se mantiene en ocasiones tanto en el terreno de la automoción como en el de la aeronáutica, entre otros. También es relativamente usual encontrarlos en la industria armamentística, aunque aquí con otros fines menos “honorables”.
Resulta curioso, aunque bastante lógico, el desconocimiento que existe a nivel popular sobre este tema. Se trata de una cuestión controvertida, pero vital, pues, al igual que los donantes de órganos, estos cuerpos están salvando vidas potencialmente. Por ello, desde aquí quiero decir a todos los donantes, de cualquier tipo, una sola palabra: GRACIAS.
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