Obama parece incansable en su tarea de darle la vuelta a buena parte de las políticas adoptadas por su predecesor G.W. Bush. Aunque centrado en intentar arreglar el desastre económico en que se ha convertido el país y que está arrastrando a buena parte del mundo, aún le queda tiempo para plantear, por ejemplo, lo que podría ser una nueva política de defensa en el área espacial. Una política donde la diplomacia intentaría ganar peso frente a la amenaza, que ha sido la directriz oficial de dicha política desde mediados de 2006.
Efectivamente, como ya os conté por aquí, el 31 de agosto de 2006 la Administración Bush aprobaba su nueva política espacial (aunque no se haría pública hasta octubre del mismo año), que venía a sustituir a la vigente hasta entonces, de 1996. El documento, de sólo 10 páginas, trataba en términos globales y generalistas sobre todos los aspectos de la actividad espacial, pero era la parte relativa a la militarización del espacio la que realmente suponía una novedad y la que más polémica levantó. En esta parte, de forma resumida podemos decir que los Estados Unidos anunciaban su disposición a actuar militarmente en el espacio de forma preventiva frente a posibles adversarios, al mismo tiempo que anunciaban su negativa a participar en cualquier tipo de tratado de limitación de armas en el espacio que les pudiera afectar. Este punto en concreto se vería refrendado en varias ocasiones a lo largo de los siguientes años, cuando reiteradamente se rechazaron propuestas internacionales de limitación de proliferación de armas en el espacio. Para más información, os remito al artículo que escribí al respecto en octubre de 2006.
Pues bien, estos dos puntos concretos son los que Obama ha rechazado frontalmente, aunque aún sin compromisos concretos, al hacer referencia a la necesidad de estudiarlo más en profundidad. En concreto, el nuevo presidente ha anunciado su predisposición a firmar algún tipo de acuerdo internacional que limite el uso de armas en el espacio. Se trata de un claro cambio frente a la actitud de prepotencia espacial de su predecesor que ha merecido los aplausos de un buen número de observadores en su país, así como, curiosamente, de algunos altos cargos militares, que a priori podrían considerarse más alineados con la política de Bush.
La Casa Blanca hizo el anuncio poco después de la investidura de Obama como presidente, aunque por “razones de agenda” yo no he podido escribir sobre ello hasta ahora. No obstante, el anuncio ya advertía que sería necesario un tiempo para estudiar en detalle cómo llevar a cabo de forma efectiva esta nueva política. Y es que hay que reconocer que la limitación de armas en el espacio es un tema espinoso.
El principal problema al que se enfrenta cualquier tratado de limitación armamentística es el de la verificación. De poco sirve firmar un papel prometiendo retirar determinadas armas si no hay forma de verificar después que esto se haya llevado a cabo. No se trata únicamente de que uno de los firmantes decida actuar deshonestamente… es que cualquiera de los dos, o ambos, puede tener el temor (real o infundado) a que el otro esté siendo deshonesto, y actúe en consecuencia saltándose el tratado como prevención. Sin verificación, un acuerdo de este tipo es papel mojado.
Pero si la verificación es un asunto complejo en cualquier caso, lo es especialmente cuando hablamos del espacio. Y no sólo porque a ver quién es el guapo que manda un inspector de la ONU a la órbita terrestre a echarles el alto y pedirles la documentación a los satélites sospechosos que vea pasar por allí… es que, en el fondo, cualquier satélite de aspecto inocente puede ser un arma en potencia.
En efecto, salvo que se encuentren formas imaginativas de resolver el problema, nada impediría a un país determinado fabricar un satélite bélico “disfrazado” de satélite civil, y enviarlo al espacio donde permanecería en estado de latencia hasta que fueran necesarios sus servicios. En ese caso, bastaría modificar su órbita para acercarlo a su objetivo, y una vez en sus inmediaciones hacerlo estallar, lanzando metralla en todas las direcciones y destruyendo dicho objetivo. Evitar que satélites así puedan fabricarse y lanzarse es complicado, salvo que dichos inspectores de la ONU supervisasen la fabricación y lanzamiento de todos los satélites del mundo, lo cual, evidentemente, no es operativo.
Éste ha sido el principal argumento utilizado por la Administración Bush cada vez que alguien ha planteado la necesidad de firmar un acuerdo de este tipo. Se argumentaba que firmarlo impediría a los Estados Unidos desarrollar armas espaciales, mientras que otros países podrían seguir haciéndolo subrepticiamente, según hemos comentado anteriormente. Por supuesto, se trataba de la visión “ombliguista” y simplista que suponía que los Estados Unidos serían completamente honestos tras la firma de un tratado de este tipo, mientras que el resto de firmantes serían unos deshonestos traidores… Pero en fin, es cierto que el riesgo es real.
Por supuesto, no era ésta la única razón que tenía la Administración Bush para negarse a la firma de un tratado de este tipo: la principal es que ellos se veían como los principales perdedores en un acuerdo así, al poseer en la actualidad la supremacía en esta área. Por supuesto, ésta es también sin duda la principal razón por la cual tanto Rusia como China han insistido en los últimos años en la necesidad de firmar este tratado, al saberse actualmente en inferioridad de condiciones.
Efectivamente, Estados Unidos tenía sus razones para negarse, tanto por los problemas de verificación, como, sobre todo, por considerar que una limitación de armas en el espacio le haría perder su hegemonía actual. Pero está claro que dicha negativa lo único que hacía era alentar a sus enemigos a reforzarse militarmente en esa área para contrarrestar dicha hegemonía norteamericana. Los recientes ensayos de armas antisatélite por parte china y norteamericana parece claro que son parte del tira-y-afloja que viene teniendo lugar en los últimos años alrededor de este tema.
En mi opinión, a pesar de su innegable complejidad intrínseca, un tratado internacional contra las armas antisatélite tendría efectos beneficiosos a nivel global. Aunque no podamos confiar en que dicho tratado termine realmente con dichas armas, al menos limitaría su utilización a situaciones extremas, ya que ningún país querría quedar en evidencia rompiendo unilateralmente el tratado, salvo que se estuviera ya prácticamente en estado de guerra abierta. En el fondo, es lo mismo que pasa con las armas químicas y biológicas: su utilización está prohibida por acuerdos internacionales, pero son muchos los países que mantienen un completo arsenal de compuestos susceptibles de ser incorporados a obuses o misiles en caso necesario; los Estados Unidos son unos de los que guardan importantes arsenales de este tipo de productos prohibidos. Y sin embargo, los tratados han conseguido que este tipo de armas no se utilicen hasta ahora. Creo que algo similar podría esperarse de un tratado de limitación de armas en el espacio: seguirá habiéndolas, pero todos se lo pensarán dos veces antes de utilizarlas.
En cualquier caso, el anuncio ya dejaba claro que el proceso sería lento, y se habla incluso de finales de año para que salga alguna propuesta concreta por parte de los Estados Unidos. Antes, Obama deberá estudiar en profundidad el tema con sus asesores militares, algo que probablemente ocurrirá en septiembre. Mientras tanto, bastante tiene con intentar salir del barrizal de la crisis… ¿o son arenas movedizas?
Efectivamente, como ya os conté por aquí, el 31 de agosto de 2006 la Administración Bush aprobaba su nueva política espacial (aunque no se haría pública hasta octubre del mismo año), que venía a sustituir a la vigente hasta entonces, de 1996. El documento, de sólo 10 páginas, trataba en términos globales y generalistas sobre todos los aspectos de la actividad espacial, pero era la parte relativa a la militarización del espacio la que realmente suponía una novedad y la que más polémica levantó. En esta parte, de forma resumida podemos decir que los Estados Unidos anunciaban su disposición a actuar militarmente en el espacio de forma preventiva frente a posibles adversarios, al mismo tiempo que anunciaban su negativa a participar en cualquier tipo de tratado de limitación de armas en el espacio que les pudiera afectar. Este punto en concreto se vería refrendado en varias ocasiones a lo largo de los siguientes años, cuando reiteradamente se rechazaron propuestas internacionales de limitación de proliferación de armas en el espacio. Para más información, os remito al artículo que escribí al respecto en octubre de 2006.
Pues bien, estos dos puntos concretos son los que Obama ha rechazado frontalmente, aunque aún sin compromisos concretos, al hacer referencia a la necesidad de estudiarlo más en profundidad. En concreto, el nuevo presidente ha anunciado su predisposición a firmar algún tipo de acuerdo internacional que limite el uso de armas en el espacio. Se trata de un claro cambio frente a la actitud de prepotencia espacial de su predecesor que ha merecido los aplausos de un buen número de observadores en su país, así como, curiosamente, de algunos altos cargos militares, que a priori podrían considerarse más alineados con la política de Bush.
La Casa Blanca hizo el anuncio poco después de la investidura de Obama como presidente, aunque por “razones de agenda” yo no he podido escribir sobre ello hasta ahora. No obstante, el anuncio ya advertía que sería necesario un tiempo para estudiar en detalle cómo llevar a cabo de forma efectiva esta nueva política. Y es que hay que reconocer que la limitación de armas en el espacio es un tema espinoso.
El principal problema al que se enfrenta cualquier tratado de limitación armamentística es el de la verificación. De poco sirve firmar un papel prometiendo retirar determinadas armas si no hay forma de verificar después que esto se haya llevado a cabo. No se trata únicamente de que uno de los firmantes decida actuar deshonestamente… es que cualquiera de los dos, o ambos, puede tener el temor (real o infundado) a que el otro esté siendo deshonesto, y actúe en consecuencia saltándose el tratado como prevención. Sin verificación, un acuerdo de este tipo es papel mojado.
Pero si la verificación es un asunto complejo en cualquier caso, lo es especialmente cuando hablamos del espacio. Y no sólo porque a ver quién es el guapo que manda un inspector de la ONU a la órbita terrestre a echarles el alto y pedirles la documentación a los satélites sospechosos que vea pasar por allí… es que, en el fondo, cualquier satélite de aspecto inocente puede ser un arma en potencia.
En efecto, salvo que se encuentren formas imaginativas de resolver el problema, nada impediría a un país determinado fabricar un satélite bélico “disfrazado” de satélite civil, y enviarlo al espacio donde permanecería en estado de latencia hasta que fueran necesarios sus servicios. En ese caso, bastaría modificar su órbita para acercarlo a su objetivo, y una vez en sus inmediaciones hacerlo estallar, lanzando metralla en todas las direcciones y destruyendo dicho objetivo. Evitar que satélites así puedan fabricarse y lanzarse es complicado, salvo que dichos inspectores de la ONU supervisasen la fabricación y lanzamiento de todos los satélites del mundo, lo cual, evidentemente, no es operativo.
Éste ha sido el principal argumento utilizado por la Administración Bush cada vez que alguien ha planteado la necesidad de firmar un acuerdo de este tipo. Se argumentaba que firmarlo impediría a los Estados Unidos desarrollar armas espaciales, mientras que otros países podrían seguir haciéndolo subrepticiamente, según hemos comentado anteriormente. Por supuesto, se trataba de la visión “ombliguista” y simplista que suponía que los Estados Unidos serían completamente honestos tras la firma de un tratado de este tipo, mientras que el resto de firmantes serían unos deshonestos traidores… Pero en fin, es cierto que el riesgo es real.
Por supuesto, no era ésta la única razón que tenía la Administración Bush para negarse a la firma de un tratado de este tipo: la principal es que ellos se veían como los principales perdedores en un acuerdo así, al poseer en la actualidad la supremacía en esta área. Por supuesto, ésta es también sin duda la principal razón por la cual tanto Rusia como China han insistido en los últimos años en la necesidad de firmar este tratado, al saberse actualmente en inferioridad de condiciones.
Efectivamente, Estados Unidos tenía sus razones para negarse, tanto por los problemas de verificación, como, sobre todo, por considerar que una limitación de armas en el espacio le haría perder su hegemonía actual. Pero está claro que dicha negativa lo único que hacía era alentar a sus enemigos a reforzarse militarmente en esa área para contrarrestar dicha hegemonía norteamericana. Los recientes ensayos de armas antisatélite por parte china y norteamericana parece claro que son parte del tira-y-afloja que viene teniendo lugar en los últimos años alrededor de este tema.
En mi opinión, a pesar de su innegable complejidad intrínseca, un tratado internacional contra las armas antisatélite tendría efectos beneficiosos a nivel global. Aunque no podamos confiar en que dicho tratado termine realmente con dichas armas, al menos limitaría su utilización a situaciones extremas, ya que ningún país querría quedar en evidencia rompiendo unilateralmente el tratado, salvo que se estuviera ya prácticamente en estado de guerra abierta. En el fondo, es lo mismo que pasa con las armas químicas y biológicas: su utilización está prohibida por acuerdos internacionales, pero son muchos los países que mantienen un completo arsenal de compuestos susceptibles de ser incorporados a obuses o misiles en caso necesario; los Estados Unidos son unos de los que guardan importantes arsenales de este tipo de productos prohibidos. Y sin embargo, los tratados han conseguido que este tipo de armas no se utilicen hasta ahora. Creo que algo similar podría esperarse de un tratado de limitación de armas en el espacio: seguirá habiéndolas, pero todos se lo pensarán dos veces antes de utilizarlas.
En cualquier caso, el anuncio ya dejaba claro que el proceso sería lento, y se habla incluso de finales de año para que salga alguna propuesta concreta por parte de los Estados Unidos. Antes, Obama deberá estudiar en profundidad el tema con sus asesores militares, algo que probablemente ocurrirá en septiembre. Mientras tanto, bastante tiene con intentar salir del barrizal de la crisis… ¿o son arenas movedizas?
1 comentario:
Habría que auditar, claro está, todos los satélites que se lanzasen. No es inconcebible ni imposible. Bastaría organizar equipos internacionales. El poder examinar detenidamente un satélite no implica acceder a tecnología restringida.
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