Interesante, sorprendente y preocupante. Eso me parece el reciente comentario de Bill Gerstenmeier, Administrador Asociado para la Exploración y Operaciones Tripuladas de la NASA, en una conferencia sobre transporte espacial comercial promovida por la FAA (la agencia federal aeroespacial norteamericana). En su discurso, Gerstenmeier ha admitido que la NASA ha invertido enormes sumas de dinero en construir un enorme laboratorio espacial, pero que una vez terminado no saben muy bien qué hacer con él. De hecho, alentaba a que se hicieran propuestas desde el exterior para aprovechar los recursos para la investigación de que dispone la estación. Remarcaba que la NASA paga el vuelo de ida y el de vuelta, así como los enlaces con tierra y otros servicios. Vamos, que casi rogaba que alguien se animara a hacer algo útil con esos millones de dólares en material de alta tecnología que vagan por el espacio.
Como decía al principio, la noticia es interesante porque no siempre se escuchan este tipo de palabras sinceras con autocrítica implícita por parte de altos cargos de la NASA (o de cualquier otro estamento, seamos sinceros, espacial o no, y del país que sea); como noticia, la información resulta de interés. Pero también es sorprendente, no por el hecho de que llevemos décadas oyendo hablar de lo fantástico que sería tener un laboratorio como la ISS en el espacio y las maravillas que se podrían hacer en él (uno ya es relativamente inmune a este tipo de propaganda sensacionalista), sino, sobre todo, porque una de las principales críticas reiteradas a la ISS ha sido siempre la escasez de tiempo que queda para la experimentación después de que los astronautas empleen la mayor parte de su jornada en labores de mantenimiento del complejo o en su propio sostén a bordo. Ahora resulta que, a pesar de que casi no queda tiempo para hacer experimentos, ni siquiera saben qué hacer con esas horas residuales. No me diréis que no es sorprendente… Y, por supuesto, preocupante, y no creo que esto necesite demasiada explicación; que se lleve a cabo un proyecto de esta magnitud, a este coste, en base a que ofrecerá ciertos rendimientos futuros… y resulta que a la hora de la verdad ni siquiera se sabe qué rendimientos pueden ser esos. Sin comentarios…
Los que seguís este blog a pesar de los altibajos en las publicaciones de estos últimos años, recordaréis que no hace mucho ya escribí unos artículos críticos similares sobre la estación espacial (aquí y aquí). En ellos ya presentaba el fracaso que ha representado la ISS desde un punto de vista científico, si bien recordaba que no es éste, a pesar de ser la constante en los discursos justificativos del complejo, el único fin útil de la estación. Pero en aquellos artículos presentaba el fracaso científico en base al hecho de que sólo el 7% del tiempo útil a bordo (o el 3% del tiempo total) se dedicaba a la investigación (5 horas semanales por tripulante, o 30 horas semanales totales). Y ahora resulta que, al menos en la parte de ese tiempo correspondiente a la NASA (no sabemos si ocurrirá lo mismo con los rusos), según se desprende de las palabras de Gerstenmeier sus astronautas casi lo podrían dedicar a rellenar crucigramas, porque no hay experimentos que realizar. Sí, ya sé que esto es sin duda exagerado, y supongo que por ahora no se llega a tanto… de hecho, sé que bastaría una oferta en la web de la NASA abierta a propuestas del público, y en cuestión de horas tendrían centenares; pero supongo que no se trata de tener “algo” que hacer a bordo, sino tener “algo interesante” que hacer a bordo, propuestas científicas serias, tener investigadores haciendo cola para realizar su experimento en el espacio, como uno esperaría que ocurriera... Eso es lo que falta, según se desprende de las palabras de Gerstenmeier. Aunque parezca increíble...
No cabe duda de que todo esto requiere de una profunda reflexión por parte de los protagonistas involucrados. No se trata ya de debatir si merece la pena o no invertir tantos millones de dólares para realizar 30 horas de experimentación semanales; no se trata de decidir si esas horas de experimentación en condiciones irrepetibles en nuestro planeta merecen lo que cuestan o no; no se trata de elegir si esos millones darían más rendimiento científico invertidos en laboratorios convencionales en tierra firme… No, se trata de reflexionar por qué, una vez que se dispone de los medios (independientemente de lo que hayan costado), no se aprovechan. Sin duda, tiene que haber razones de peso: no me imagino que a un científico se le ofrezca la posibilidad de utilizar un laboratorio de última generación en condiciones únicas y simplemente diga “no, gracias, si yo ya estoy aquí muy a gusto con mis probetas”; si eso sucede, tiene que ser por algo. Y debemos analizar por qué, para solucionarlo en el futuro, si es que pretendemos seguir haciendo investigación en microgravedad, sea al coste que sea. De poco serviría solucionar esos problemas de escasez de tiempo disponible o de costes desmesurados de las instalaciones si, una vez supuestamente solucionados, resulta que por alguna otra razón sigue sin ser interesante para los investigadores realizar experimentos a bordo.
Está claro que para conocer las verdaderas causas de este aparente desinterés científico hacia la estación espacial, deberíamos preguntar a los investigadores, pero ya hay quien apunta posibles causas. Una de ellas podría ser el exceso de regulaciones que rigen la experimentación a bordo; los experimentos que deben volar a la estación deben ser sometidos a reglas tan estrictas y a controles burocráticos tan extensos, que puede que a los experimentadores no les compense pasar por ese calvario. Es decir, puede que no sólo las instalaciones del laboratorio salgan caras, sino que su mera utilización también puede resultar excesivamente cara para los usuarios, en costes y tiempo dedicados a vencer esas quizás excesivas (o quizás necesarias, habría que evaluarlo) regulaciones.
Otra posible causa del aparente desinterés (y remarco lo de aparente, ya que quiero creer que si no existieran problemas para ello, habría muchos interesados en aprovechar las excepcionales condiciones de experimentación a bordo del complejo espacial) puede ser la falta de continuidad en la experimentación. Cualquier investigación científica actual no se reduce a un experimento, sino que frecuentemente requiere decenas de ellos, desarrollados a lo largo de un periodo de tiempo más o menos extenso. Un experimento aislado a menudo plantea más interrogantes que respuestas, y si no tiene continuidad, sirve de bastante poco. Y, lamentablemente, la experimentación a bordo suele ser así: lleva meses preparar un experimento para lanzar al espacio; cuando finalmente despega la misión que lo transporta, el experimento se desarrolla a bordo durante los días o semanas que corresponda, y sus resultados vuelven a la Tierra. Entonces toca analizarlos, y, si procede, plantear un experimento de continuación; solicitar hueco para lanzarlo, esperar autorización, preparar de nuevo el material para enviarlo al espacio… En el supuesto de que dicho experimento de continuación tenga lugar, todo el proceso habrá requerido un tiempo tremendamente superior al que tendría la secuencia habitual en un laboratorio terrestre. Pero es que, además, es muy posible que no se consiga un hueco próximo, ya que, salvo en programas de experimentación “oficiales” de la propia NASA, lo “normal” (o lo “políticamente correcto”) es dar oportunidades a diferentes investigadores, no siempre a los mismos. El resultado suele ser un experimento aislado, o casi, lo cual suele restar mucho interés para llevarlo a cabo, especialmente si a eso le sumamos los obstáculos y dificultades que comentábamos más arriba.
Sea como sea, algo está fallando, de eso no cabe duda. Y se trata de un grave problema, ya que, como recordaba al principio, la investigación científica ha sido siempre el “leit motiv” de la estación espacial internacional. Y aunque ya comentaba en aquel artículo anterior que la ISS proporciona otros rendimientos aparte de la propia actividad científica, está claro que eso no deja de ser un vago consuelo para un proyecto que se estableció en base a una premisa de investigación. Bueno, teóricamente… como casi toda la actividad espacial, las motivaciones reales tuvieron más que ver con la política; pero eso ya lo damos por descontado en este terreno.
¿Cómo resolver esta situación, como paliar los problemas, sean cuales sean, que están provocando este aparente desinterés de la comunidad científica hacia un laboratorio de uso restringido pero con una tecnología y unas condiciones de investigación inigualables? Lo ignoro, pero creo que el problema es lo suficientemente importante, tanto para el presente como para el futuro de la ciencia espacial, como para dedicarle una profunda reflexión por parte de todos los involucrados.
Como decía al principio, la noticia es interesante porque no siempre se escuchan este tipo de palabras sinceras con autocrítica implícita por parte de altos cargos de la NASA (o de cualquier otro estamento, seamos sinceros, espacial o no, y del país que sea); como noticia, la información resulta de interés. Pero también es sorprendente, no por el hecho de que llevemos décadas oyendo hablar de lo fantástico que sería tener un laboratorio como la ISS en el espacio y las maravillas que se podrían hacer en él (uno ya es relativamente inmune a este tipo de propaganda sensacionalista), sino, sobre todo, porque una de las principales críticas reiteradas a la ISS ha sido siempre la escasez de tiempo que queda para la experimentación después de que los astronautas empleen la mayor parte de su jornada en labores de mantenimiento del complejo o en su propio sostén a bordo. Ahora resulta que, a pesar de que casi no queda tiempo para hacer experimentos, ni siquiera saben qué hacer con esas horas residuales. No me diréis que no es sorprendente… Y, por supuesto, preocupante, y no creo que esto necesite demasiada explicación; que se lleve a cabo un proyecto de esta magnitud, a este coste, en base a que ofrecerá ciertos rendimientos futuros… y resulta que a la hora de la verdad ni siquiera se sabe qué rendimientos pueden ser esos. Sin comentarios…
Los que seguís este blog a pesar de los altibajos en las publicaciones de estos últimos años, recordaréis que no hace mucho ya escribí unos artículos críticos similares sobre la estación espacial (aquí y aquí). En ellos ya presentaba el fracaso que ha representado la ISS desde un punto de vista científico, si bien recordaba que no es éste, a pesar de ser la constante en los discursos justificativos del complejo, el único fin útil de la estación. Pero en aquellos artículos presentaba el fracaso científico en base al hecho de que sólo el 7% del tiempo útil a bordo (o el 3% del tiempo total) se dedicaba a la investigación (5 horas semanales por tripulante, o 30 horas semanales totales). Y ahora resulta que, al menos en la parte de ese tiempo correspondiente a la NASA (no sabemos si ocurrirá lo mismo con los rusos), según se desprende de las palabras de Gerstenmeier sus astronautas casi lo podrían dedicar a rellenar crucigramas, porque no hay experimentos que realizar. Sí, ya sé que esto es sin duda exagerado, y supongo que por ahora no se llega a tanto… de hecho, sé que bastaría una oferta en la web de la NASA abierta a propuestas del público, y en cuestión de horas tendrían centenares; pero supongo que no se trata de tener “algo” que hacer a bordo, sino tener “algo interesante” que hacer a bordo, propuestas científicas serias, tener investigadores haciendo cola para realizar su experimento en el espacio, como uno esperaría que ocurriera... Eso es lo que falta, según se desprende de las palabras de Gerstenmeier. Aunque parezca increíble...
No cabe duda de que todo esto requiere de una profunda reflexión por parte de los protagonistas involucrados. No se trata ya de debatir si merece la pena o no invertir tantos millones de dólares para realizar 30 horas de experimentación semanales; no se trata de decidir si esas horas de experimentación en condiciones irrepetibles en nuestro planeta merecen lo que cuestan o no; no se trata de elegir si esos millones darían más rendimiento científico invertidos en laboratorios convencionales en tierra firme… No, se trata de reflexionar por qué, una vez que se dispone de los medios (independientemente de lo que hayan costado), no se aprovechan. Sin duda, tiene que haber razones de peso: no me imagino que a un científico se le ofrezca la posibilidad de utilizar un laboratorio de última generación en condiciones únicas y simplemente diga “no, gracias, si yo ya estoy aquí muy a gusto con mis probetas”; si eso sucede, tiene que ser por algo. Y debemos analizar por qué, para solucionarlo en el futuro, si es que pretendemos seguir haciendo investigación en microgravedad, sea al coste que sea. De poco serviría solucionar esos problemas de escasez de tiempo disponible o de costes desmesurados de las instalaciones si, una vez supuestamente solucionados, resulta que por alguna otra razón sigue sin ser interesante para los investigadores realizar experimentos a bordo.
Está claro que para conocer las verdaderas causas de este aparente desinterés científico hacia la estación espacial, deberíamos preguntar a los investigadores, pero ya hay quien apunta posibles causas. Una de ellas podría ser el exceso de regulaciones que rigen la experimentación a bordo; los experimentos que deben volar a la estación deben ser sometidos a reglas tan estrictas y a controles burocráticos tan extensos, que puede que a los experimentadores no les compense pasar por ese calvario. Es decir, puede que no sólo las instalaciones del laboratorio salgan caras, sino que su mera utilización también puede resultar excesivamente cara para los usuarios, en costes y tiempo dedicados a vencer esas quizás excesivas (o quizás necesarias, habría que evaluarlo) regulaciones.
Otra posible causa del aparente desinterés (y remarco lo de aparente, ya que quiero creer que si no existieran problemas para ello, habría muchos interesados en aprovechar las excepcionales condiciones de experimentación a bordo del complejo espacial) puede ser la falta de continuidad en la experimentación. Cualquier investigación científica actual no se reduce a un experimento, sino que frecuentemente requiere decenas de ellos, desarrollados a lo largo de un periodo de tiempo más o menos extenso. Un experimento aislado a menudo plantea más interrogantes que respuestas, y si no tiene continuidad, sirve de bastante poco. Y, lamentablemente, la experimentación a bordo suele ser así: lleva meses preparar un experimento para lanzar al espacio; cuando finalmente despega la misión que lo transporta, el experimento se desarrolla a bordo durante los días o semanas que corresponda, y sus resultados vuelven a la Tierra. Entonces toca analizarlos, y, si procede, plantear un experimento de continuación; solicitar hueco para lanzarlo, esperar autorización, preparar de nuevo el material para enviarlo al espacio… En el supuesto de que dicho experimento de continuación tenga lugar, todo el proceso habrá requerido un tiempo tremendamente superior al que tendría la secuencia habitual en un laboratorio terrestre. Pero es que, además, es muy posible que no se consiga un hueco próximo, ya que, salvo en programas de experimentación “oficiales” de la propia NASA, lo “normal” (o lo “políticamente correcto”) es dar oportunidades a diferentes investigadores, no siempre a los mismos. El resultado suele ser un experimento aislado, o casi, lo cual suele restar mucho interés para llevarlo a cabo, especialmente si a eso le sumamos los obstáculos y dificultades que comentábamos más arriba.
Sea como sea, algo está fallando, de eso no cabe duda. Y se trata de un grave problema, ya que, como recordaba al principio, la investigación científica ha sido siempre el “leit motiv” de la estación espacial internacional. Y aunque ya comentaba en aquel artículo anterior que la ISS proporciona otros rendimientos aparte de la propia actividad científica, está claro que eso no deja de ser un vago consuelo para un proyecto que se estableció en base a una premisa de investigación. Bueno, teóricamente… como casi toda la actividad espacial, las motivaciones reales tuvieron más que ver con la política; pero eso ya lo damos por descontado en este terreno.
¿Cómo resolver esta situación, como paliar los problemas, sean cuales sean, que están provocando este aparente desinterés de la comunidad científica hacia un laboratorio de uso restringido pero con una tecnología y unas condiciones de investigación inigualables? Lo ignoro, pero creo que el problema es lo suficientemente importante, tanto para el presente como para el futuro de la ciencia espacial, como para dedicarle una profunda reflexión por parte de todos los involucrados.