25 agosto 2006

Plutón, degradado por enano y excéntrico


No, la frase no es mía, qué más quisiera, porque me ha encantado. Me la ha dicho un compañero, que la ha escuchado por ahí. Me encanta.

Esta ha sido una prueba más del mal hacer periodístico general en estos temas, porque hace semanas que vienen anunciando que si el Sistema Solar ya son doce planetas, que si tal, que si cual... cuando no eran más que propuestas lanzadas en el congreso de la IAU (Unión Astronómica Internacional), sin nada en firme. Desde el principio se sabía (quien quisiera molestarse en saberlo, claro) que hasta el 24 de agosto no habría una decisión en firme, y, de hecho, entre tanta radio y telediario hablando del tema, los que estamos algo más metidos en estas cosas estábamos calladitos, a la espera. Pero en fin, ya se sabe cómo es esto, para qué insistir...

Pues eso, que Plutón ha dejado de pertenecer a la élite del Sistema Solar. ¿Importante? Pues hombre, yo pensaba que no, la verdad, pero leyendo algunos comentarios, quizás sí tenga algo más de importancia de la que parece.

Evidentemente, Plutón va a seguir siendo el mismo, y a seguir dando sus vueltecitas al Sol tan tranquilo, indiferente al debate creado en ciertos círculos de un planeta muy, muy lejano a él. Y, como he oído esta mañana en la radio, “seguro que aún tiene mucho de interés que mostrar a la nave New Horizons que va hacia allá, aunque ya no sea planeta” (hombre, menos mal, mira que si por cambiarle el nombre lo convertimos en un cacho de piedra aburrida...).

Sin embargo, es cierto que esto podría suponer algunos cambios. He leído comentarios que insinúan que, de no haber sido considerado planeta hace unos años, quizás no tendríamos a la New Horizons yendo hacia allá. Bien, puede que sí, o puede que no. Pero es cierto que, interés científico aparte, el hecho de ser el único planeta inexplorado del Sistema Solar lo hacía un candidato firme para una misión desde hacía tiempo. En ese sentido, los calificativos sí son importantes. Bien es cierto que también hay diseñada una misión a Ceres, que tampoco es planeta (era el mayor asteroide conocido, ahora reconvertido en planeta enano, y uno de los candidatos a planeta en la anterior propuesta finalmente desechada), y que ha habido varias misiones a cometas, además de otras misiones a asteroides menores (Hayabusa, por ejemplo, a Itokawa); pero Plutón era una “asignatura pendiente”, simplemente por su pertenencia al grupo selecto, desde que la Voyager 2 llegó a Neptuno.

La noticia no ha sido recibida con alegría en los Estados Unidos. Plutón fue el único planeta descubierto allí, por Clyde William Tombaugh, desde el observatorio Lowell (Arizona), en 1930, y la decisión ha afectado un poquito al orgullo nacional (bueno, sólo al de los cuatro gatos que se interesan por estas cosas del espacio y el universo, tampoco vamos a exagerar). Y es que la verdad es que ya en su día hubo bastante discusión sobre si debería ser considerado planeta (es canijo, y con una órbita de una gran inclinación y excentricidad –muy elíptica-, en nada parecida a las del resto de planetas; de ahí la maravillosa frase del título). Pero, según las malas lenguas (no he entrado en detalle al respecto, así que no sé si pasa de rumor o leyenda urbana) fue la presión de la sección de astrónomos estadounidenses la que finalmente consiguió que se uniese a la élite planetaria. Un privilegio que ha disfrutado sólo durante 76 años. Ahora, es uno más de la que se espera sea una enorme familia de “planetas enanos” (personalmente me hubiera gustado más llamarlos “planetoides”, o algo así). Y algunos norteamericanos se consolaban diciendo que bueno, al menos habían descubierto al primer miembro de esta gran familia, de gran interés científico en cualquier caso; pero no, ni siquiera este consuelo les queda: la degradación de Plutón ha venido acompañada del ascenso de Ceres, descubierto en 1801 por el italiano Giuseppe Piazzi, y hoy ya convertido en “hermano” de Plutón como planeta enano. Una pequeña decepción para nuestros amigos del otro lado del Atlántico... (Foto NASA)

Orión: un curioso nombre


Como puntualmente nos informa Manuel Montes en su blog Noticias del Espacio, el CEV ya tiene nombre oficial: Orión (bueno, sin acento en inglés; personalmente no suelo traducir los nombres propios, y escribo, por ejemplo, Apollo en lugar de Apolo, pero en este caso creo que por un simple acento, romperé mi propia regla).

Pues parece un nombre un tanto curioso... Orión, el cazador... Con arco en las manos y espada al cinto... Un poco agresivo, ¿no? No parece un nombre muy acorde con un proyecto de exploración científica.

Y tampoco sigue la tónica general de los proyectos anteriores, que sí parecían tener una relación más cercana con el vuelo espacial: Mercurio, el mensajero de los dioses, con sus pies alados... Apolo, surcando los cielos en su carro de fuego... Gemini... bueno, se sale de la tónica, pero era muy apropiado, por los dos astronautas "gemelos", y además es una constelación.

Luego el Shuttle parece que derivó hacia una visión más patriótica (no he leído sobre el origen de los nombres, pero tiene pinta), combinada con un espíritu épico de exploración: Columbia (descubrimiento de América), Discovery (más de lo mismo, o descubrimientos en general), Endeavour (esfuerzo, empeño), Challenger (retador, desafiador), Atlantis... bueno, de nuevo uno un poco rarito, aunque la mitología de la Atlántida también tiene algo de épica y de exploración.

¿Pero Orión? Que conste que el nombre me gusta, suena bien, y la constelación es preciosa. Pero su etimología no encaja. Es más lógica para el insecticida, ahí sí: el cazador de mosquitos. Pero para una nave espacial civil, destinada en un futuro más o menos incierto a explorar otros mundos (ya veremos), no me parece que encaje mucho. Claro, que a lo mejor alguien sale diciendo que tendrá su versión secreta militar, armada y lista para actuar como "nave de caza" espacial... entonces sí que tendría lógica :-)

Siguiendo este hilo belicoso, tenemos al lanzador, recientemente bautizado Ares. De nuevo una temática extraña: Ares, el dios de la guerra. Aunque teniendo en cuenta que viajaba en un carro tirado por caballos que respiraban fuego, esta imagen parece bastante apropiada para un cohete lanzador. De todas formas, la agencia lo justifica de otra forma: Ares es la versión griega de Marte, también dios de la guerra, sí, pero se supone que destino último de la nueva nave...

Pero bueno, no me entendáis mal: no estoy criticando, es por escribir algo, que ahora está la cosa un poco sosa. Total, en el fondo nadie se pregunta por la razón de los nombres salvo los que los eligen, y creo que es más importante que sea un nombre bonito y sonoro, y el de Orión lo es. Y, como digo, la constelación es preciosa... (Foto NASA)

16 agosto 2006

¡Larga vida a las Voyager!

Ayer, 15 de agosto de 2006, la sonda norteamericana Voyager 1 cubrió otro importante hito en su periplo interestelar. Ayer, esta venerable sonda cruzó la línea de las 100 U.A. de distancia con respecto al Sol.

Como sabemos, 1 U.A. (Unidad Astronómica, o distancia media Tierra-Sol) son 149,6 millones de kilómetros. Así que este pequeño robot lanzado en 1977 está ya a unos 15.000 millones de kilómetros de nuestra estrella (y a algo más, o algo menos, de nuestro planeta, según la época del año y según se desplaza éste por su órbita alrededor del Sol; pero la diferencia es prácticamente despreciable, dadas las cifras barajadas).

La misión de las sondas Voyager ha sido sin duda una de las de mayor éxito de todos los tiempos. 29 años después de su lanzamiento (la Voyager 1 salió de la Tierra el 5 de septiembre de 1977, mientras que su compañera lo hizo algo antes, el 20 de agosto del mismo año), aún siguen operativas y suministrando datos de utilidad para los científicos. Gracias a ellas, conocimos en profundidad los planetas gigantes exteriores, desde Júpiter a Neptuno. La Voyager 1 sólo visitó los dos primeros, Júpiter y Saturno; después se eligió desviarla del plano de la eclíptica (aquel en el que se mueven los planetas del Sistema Solar) para lanzarla en una dirección casi perpendicular, a estudiar el medio espacial fuera de dicho plano. La Voyager 2, por su parte, continuó su viaje hacia los confines de nuestro vecindario estelar, ofreciéndonos las primeras y bellísimas imágenes de Urano, Neptuno, y sus lunas. A lo largo de estos años de misión, las sondas descubrieron decenas de nuevos satélites de todos estos mundos, nos suministraron cientos de fotografías de sus superficies, y datos que permitirían a los científicos estudiar su composición y naturaleza. Podemos decir que es fundamentalmente gracias a ellas como comenzamos a comprender de verdad el Sistema Solar exterior.

Hoy, 29 años más tarde, ambas siguen operativas y alejándose más y más de su planeta de origen y de la estrella que lo ilumina; visto desde las Voyager, el Sol es ahora nada más que una estrella brillante en el firmamento, con un aspecto muy alejado de la gran bola de fuego que contemplamos desde nuestra Tierra. Y ambas continúan alejándose, con una velocidad suficiente para escapar a la influencia gravitatoria solar y perderse para siempre en el espacio interestelar.

La Voyager 1 (la Voyager 2 también está en camino) está alcanzando la heliopausa, el límite donde se deja de sentir la influencia solar, en términos de campo magnético y viento solar. Más allá, se abre el espacio interestelar imperturbado; un medio de alto interés para los científicos que estudian nuestro Universo.

Las sondas siguen operativas gracias a su fuente de energía nuclear. No un reactor nuclear, como se podría imaginar, sino un prácticamente inofensivo trozo de material de uranio que, gracias a su radiactividad natural (suficientemente baja como para no requerir grandes protecciones para su manipulación en tierra), genera un calor constante que se utiliza para producir electricidad. Una electricidad que alimenta los sistemas de la sonda, permitiéndola transmitir aún, a distancias casi inconcebibles, datos científicos sobre el espacio por el que transitan. Algo que aún seguirán haciendo durante unos cuantos años más, mientras no se averíe alguno de sus sistemas (cuyo diseño no preveía una vida útil tan longeva) y mientras en la Tierra se dediquen los recursos necesarios para seguir recibiendo la débil señal enviada por estos dinosaurios de la exploración espacial.

A las Voyager les tengo un cariño especial. Siempre me emocionó la elegancia de su trayectoria (la de la Voyager 2, en concreto), ese peregrinar de un planeta a otro del sistema solar exterior, acelerándose y desviándose hacia el siguiente gracias a los campos gravitatorios de los planetas que iba sobrepasando, en una trayectoria perfectamente calculada. Como un barco de vela que surcase los océanos impulsado sólo por el viento, así han surcado las Voyager nuestro vecindario espacial, jugando con la gravedad y aprovechándola en su beneficio. La tecnología aprovechando lo que la Naturaleza nos ofrece sin coste, gracias al ingenio de la mente humana. El "Grand Tour" del Sistema Solar... una maravilla, que se me quedó grabada desde el momento en que tuve noticias de su existencia. Desde entonces, siempre me ha apasionado todo lo referente al cálculo de trayectorias y la mecánica orbital.

Pero supongo que en este romanticismo con el que siempre he observado la misión de las Voyager, influye también el periodo de tiempo durante el que se ha desarrollado su misión. Cuando pasaron por Júpiter y Saturno, yo tenía 13 y 14 años, respectivamente, y ya empezaba a apasionarme por todo lo relacionado con la exploración espacial. Pero, como creo que nos pasó a muchos, el espaldarazo final lo supuso la serie Cosmos (en su primera etapa de emisión), con el inolvidable Carl Sagan haciéndonos soñar con mundos lejanos visitados por pequeños ingenios mecánicos que nos revelaban vistas maravillosas de gigantes planetas gaseosos. Esas imágenes de majestuosos y coloridos mundos de gas, la melodiosa voz del doblador de Sagan (¡qué bueno era también el actor de doblaje!) y el misterio de las asistencias gravitatorias en sus trayectorias (algo que me intrigaba enormemente, pues no alcanzaba a comprenderlo de verdad) me atraparon para siempre en este apasionante mundo de la exploración espacial. (Fotos NASA)