El verano es mi época de mirar al cielo. Típico de los aficionados de salón como yo, supongo, demasiado vagos como para salir a mirar las estrellas en medio de una gélida noche de invierno, aunque suela ser cuando mejor se ven. Pero ahora, en veranito, pasarse las horas tomando algo fresquito al aire libre (la terraza o el jardín de casa, por ejemplo) mientras se mira al cielo identificando estrellas y constelaciones (y algún que otro satélite, con destellos de Iridium incluidos) es para mi mucho más agradable que pasarme la sobremesa nocturna tragándome lo que echan por la tele. Aunque tenga ya las estrellas más que vistas (es lo malo de hacerlo desde casa, más o menos siempre en la misma época y a las mismas horas: que siempre ves las mismas), da igual: no sé qué tiene el cielo nocturno, que me encanta recostarme en la silla o la tumbona para mirarlo.
Y es que, como decía, soy un aficionado "de salón". O de terracita, con mi bebida al lado. Lo de mirar por un telescopio me gusta, naturalmente, como a cualquier aficionado, pero soy demasiado vago para plegarme a sus exigencias: para mirar el cielo nocturno decentemente con un telescopio, no basta con gastarte el dinero en uno; además, tienes que estar dispuesto a coger el coche en medio de la noche y hacerte unos cuantos kilómetros en busca de un paraje lo suficientemente alejado de la ciudad como para no tener demasiada contaminación lumínica (en mi caso, que vivo en Madrid, esto supone muchos kilómetros). Además, si quieres "amortizar" el telescopio, tienes que hacerlo en invierno y en verano, con frío y con calor, y quizás trasnochar hasta las tantas en espera de que aparezca esa nebulosa tan maravillosa... En fin, demasiado para mi, lo reconozco: sé que no lo repetiría más de una o dos veces al año, así que me conformo con contemplar las magníficas fotografías de espacio profundo tomadas por astrónomos profesionales (o algunas de aficionados que podrían competir seriamente con éstas). A mi me basta con contemplar el cielo desde mi casa disfrutando de las noches de verano.
Pero incluso si sois como yo, simples "aficionados de salón" (o de terraza), creo que estaréis de acuerdo en que se disfruta mucho más del cielo si sabes lo que estás viendo. Es decir, si identificas el Cisne, Deneb, Vega, Altair (sí, éstas son las que me quedan en línea recta desde mi silla en las noches de verano), Júpiter (tengo que girar la cabeza), Arturo (giro de 180º, un poco incómodo, salvo que dé la vuelta a la silla), etc. La forma clásica de aprender a identificarlas es con un planisferio; hoy día, podemos ponernos al lado el portátil y utilizar alguno de los programas (muchos gratuitos) que nos muestran el cielo desde nuestra silla en tiempo real (aunque la verdad, a mi lo del portátil me rompe "el clima", en cierto modo; el planisferio es más "relajado", menos “intrusivo”). Pero acabo de descubrir "el no va más" en cuanto a sistemas para identificación del cielo nocturno: la "pistola estelar".
Vale, el nombre es un invento mío, y no tiene nada que ver con pistolas láser ni luchas contra soldados imperiales. Tiene otro nombre que no voy a decir por no hacer publicidad gratuita, que no es la intención de este artículo, pero es un cacharro que acabo de descubrir en la red, y que me ha encantado. Útil tanto para aficionados "serios" como para los aficionados "de salón" o terraza como yo, tiene pinta de ser una gozada: basta con apuntar la pistola al elemento que quieras identificar (estrella, planeta, satélite artificial... lo que sea), y el cacharrillo lo reconoce de inmediato y te dice lo que estás viendo. Qué cosas...
Bueno, el cacharro tiene bastantes más usos, que los aficionados serios sabrán valorar, pero esta simple utilidad de satisfacer la curiosidad de los trasnochadores veraniegos de jardín ya casi justifica su precio. Es algo caro para un capricho, pero tampoco es una cifra exagerada para un aparatito que hubiera parecido mágico hace unas décadas: lo he visto por 400$ en Internet, lo que no me parece excesivo.
Aunque parezca que voy a hacer propaganda del cacharro (que no), comentaré algunas de sus características más curiosas (puede que no sean las que destacaría un astrónomo amateur, pero quizás sí las más atractivas para uno “de salón”): por ejemplo, el cacharro “habla”, y, si quieres, hasta te cuenta la mitología asociada con las estrellas o constelaciones que estás mirando. Es decir, lo mismo que hago yo con mi hija (la historia de Casiopea, Andrómeda y Perseo le encanta), y es que eso de mirar al cielo conociendo los mitos griegos asociados con los nombres de los objetos estelares, tiene mucho más encanto. Pero bueno, además de mitología, también te da datos científicos del objeto, te muestra fotografías detalladas, etc. Toda una base de datos sobre el objeto a tu disposición sólo con apuntar hacia él.
Claro que también funciona al revés: es decir, si estás buscando a Marte y no sabes ni por dónde empezar, basta con decírselo al cacharro y luego apuntar a alguna parte del cielo al azar; el propio aparatito te irá indicando hacia dónde debes moverlo hasta dar con el objeto buscado.
¿Y cómo funciona esta maravilla? Pues igual que los “buscadores de estrellas”, o “star trackers” que equipan los vehículos espaciales más modernos. Digo los más modernos, porque hace unos años eran mucho más elementales, con mucha menos capacidad que este aparatito. Es decir, se trata de un sensor óptico capaz de identificar patrones de puntos de luz y compararlos en tiempo real con su base de datos del cielo; cuando consigue “encajar” los puntitos de luz que está “viendo” con el mapa que tiene en su memoria, ya no hay ningún problema en identificar cualquiera de los objetos percibidos por su sensor. Además, se le añade un sistema GPS para que sepa exactamente en qué lugar de la Tierra y a qué hora lo estás usando, permitiéndole saber exactamente cuál es el cielo visible desde esa posición en ese momento. Una serie de acelerómetros, sensibles a la aceleración gravitatoria de nuestro planeta, le sirven también para determinar la posición en la que está apuntando, facilitando sensiblemente la operación de “encajado” entre lo que percibe y su base de datos; una ayuda con la que no cuentan los “star trackers” de las sondas espaciales, naturalmente.
Como decía, las modernas sondas utilizan sistemas similares para calcular su posición en el espacio a lo largo de su trayectoria. Antiguamente (y en este caso la “antgüedad” se remonta a tan sólo algunos lustros) los buscadores de estrellas eran mucho más simples, y se limitaban a ser sensores que, previamente apuntados en la dirección aproximada de una estrella brillante (Sirio o Canopus, las dos más brillantes del cielo por ese orden, eran algunas de las más utilizadas), conseguían identificarla principalmente por su brillo; si se apuntaban en una dirección demasiado alejada de la estrella prevista, simplemente no “sabían” lo que veían. Luego, con el desarrollo de la informática y los sensores ópticos tipo CCD, los sistemas evolucionaron a lo que comentamos aquí: un software compara el patrón de puntos percibido con el almacenado en su base de datos, hasta encajarlo, permitiendo conocer de inmediato a qué estrellas se está apuntando. Maravillas de la tecnología, hoy a disposición de los aficionados serios y “de salón” por un precio razonable. Qué cosas…
Y es que, como decía, soy un aficionado "de salón". O de terracita, con mi bebida al lado. Lo de mirar por un telescopio me gusta, naturalmente, como a cualquier aficionado, pero soy demasiado vago para plegarme a sus exigencias: para mirar el cielo nocturno decentemente con un telescopio, no basta con gastarte el dinero en uno; además, tienes que estar dispuesto a coger el coche en medio de la noche y hacerte unos cuantos kilómetros en busca de un paraje lo suficientemente alejado de la ciudad como para no tener demasiada contaminación lumínica (en mi caso, que vivo en Madrid, esto supone muchos kilómetros). Además, si quieres "amortizar" el telescopio, tienes que hacerlo en invierno y en verano, con frío y con calor, y quizás trasnochar hasta las tantas en espera de que aparezca esa nebulosa tan maravillosa... En fin, demasiado para mi, lo reconozco: sé que no lo repetiría más de una o dos veces al año, así que me conformo con contemplar las magníficas fotografías de espacio profundo tomadas por astrónomos profesionales (o algunas de aficionados que podrían competir seriamente con éstas). A mi me basta con contemplar el cielo desde mi casa disfrutando de las noches de verano.
Pero incluso si sois como yo, simples "aficionados de salón" (o de terraza), creo que estaréis de acuerdo en que se disfruta mucho más del cielo si sabes lo que estás viendo. Es decir, si identificas el Cisne, Deneb, Vega, Altair (sí, éstas son las que me quedan en línea recta desde mi silla en las noches de verano), Júpiter (tengo que girar la cabeza), Arturo (giro de 180º, un poco incómodo, salvo que dé la vuelta a la silla), etc. La forma clásica de aprender a identificarlas es con un planisferio; hoy día, podemos ponernos al lado el portátil y utilizar alguno de los programas (muchos gratuitos) que nos muestran el cielo desde nuestra silla en tiempo real (aunque la verdad, a mi lo del portátil me rompe "el clima", en cierto modo; el planisferio es más "relajado", menos “intrusivo”). Pero acabo de descubrir "el no va más" en cuanto a sistemas para identificación del cielo nocturno: la "pistola estelar".
Vale, el nombre es un invento mío, y no tiene nada que ver con pistolas láser ni luchas contra soldados imperiales. Tiene otro nombre que no voy a decir por no hacer publicidad gratuita, que no es la intención de este artículo, pero es un cacharro que acabo de descubrir en la red, y que me ha encantado. Útil tanto para aficionados "serios" como para los aficionados "de salón" o terraza como yo, tiene pinta de ser una gozada: basta con apuntar la pistola al elemento que quieras identificar (estrella, planeta, satélite artificial... lo que sea), y el cacharrillo lo reconoce de inmediato y te dice lo que estás viendo. Qué cosas...
Bueno, el cacharro tiene bastantes más usos, que los aficionados serios sabrán valorar, pero esta simple utilidad de satisfacer la curiosidad de los trasnochadores veraniegos de jardín ya casi justifica su precio. Es algo caro para un capricho, pero tampoco es una cifra exagerada para un aparatito que hubiera parecido mágico hace unas décadas: lo he visto por 400$ en Internet, lo que no me parece excesivo.
Aunque parezca que voy a hacer propaganda del cacharro (que no), comentaré algunas de sus características más curiosas (puede que no sean las que destacaría un astrónomo amateur, pero quizás sí las más atractivas para uno “de salón”): por ejemplo, el cacharro “habla”, y, si quieres, hasta te cuenta la mitología asociada con las estrellas o constelaciones que estás mirando. Es decir, lo mismo que hago yo con mi hija (la historia de Casiopea, Andrómeda y Perseo le encanta), y es que eso de mirar al cielo conociendo los mitos griegos asociados con los nombres de los objetos estelares, tiene mucho más encanto. Pero bueno, además de mitología, también te da datos científicos del objeto, te muestra fotografías detalladas, etc. Toda una base de datos sobre el objeto a tu disposición sólo con apuntar hacia él.
Claro que también funciona al revés: es decir, si estás buscando a Marte y no sabes ni por dónde empezar, basta con decírselo al cacharro y luego apuntar a alguna parte del cielo al azar; el propio aparatito te irá indicando hacia dónde debes moverlo hasta dar con el objeto buscado.
¿Y cómo funciona esta maravilla? Pues igual que los “buscadores de estrellas”, o “star trackers” que equipan los vehículos espaciales más modernos. Digo los más modernos, porque hace unos años eran mucho más elementales, con mucha menos capacidad que este aparatito. Es decir, se trata de un sensor óptico capaz de identificar patrones de puntos de luz y compararlos en tiempo real con su base de datos del cielo; cuando consigue “encajar” los puntitos de luz que está “viendo” con el mapa que tiene en su memoria, ya no hay ningún problema en identificar cualquiera de los objetos percibidos por su sensor. Además, se le añade un sistema GPS para que sepa exactamente en qué lugar de la Tierra y a qué hora lo estás usando, permitiéndole saber exactamente cuál es el cielo visible desde esa posición en ese momento. Una serie de acelerómetros, sensibles a la aceleración gravitatoria de nuestro planeta, le sirven también para determinar la posición en la que está apuntando, facilitando sensiblemente la operación de “encajado” entre lo que percibe y su base de datos; una ayuda con la que no cuentan los “star trackers” de las sondas espaciales, naturalmente.
Como decía, las modernas sondas utilizan sistemas similares para calcular su posición en el espacio a lo largo de su trayectoria. Antiguamente (y en este caso la “antgüedad” se remonta a tan sólo algunos lustros) los buscadores de estrellas eran mucho más simples, y se limitaban a ser sensores que, previamente apuntados en la dirección aproximada de una estrella brillante (Sirio o Canopus, las dos más brillantes del cielo por ese orden, eran algunas de las más utilizadas), conseguían identificarla principalmente por su brillo; si se apuntaban en una dirección demasiado alejada de la estrella prevista, simplemente no “sabían” lo que veían. Luego, con el desarrollo de la informática y los sensores ópticos tipo CCD, los sistemas evolucionaron a lo que comentamos aquí: un software compara el patrón de puntos percibido con el almacenado en su base de datos, hasta encajarlo, permitiendo conocer de inmediato a qué estrellas se está apuntando. Maravillas de la tecnología, hoy a disposición de los aficionados serios y “de salón” por un precio razonable. Qué cosas…