¿Quién ha dicho que el terreno de la especulación es exclusivo de las bolsas de valores o los negocios inmobiliarios? También hay quien especula con “terrenos” en el espacio. Y no me refiero a vender parcelitas en la Luna o Marte, sino a algo mucho más intangible: se trata de parcelitas orbitales.
No os digo nada nuevo si recuerdo que nuestra vida moderna depende en gran medida de los satélites: llamadas telefónicas, retransmisiones por radio y televisión, o el pronóstico del tiempo, por decir los casos más sencillos, dependen en gran medida de estos aparatos. Y en estos tres casos concretos (aunque no son los únicos), los satélites que lo hacen posible son satélites geoestacionarios, situados en una órbita ecuatorial a unos 36.000 km de altura. Se trata de una órbita muy exclusiva y muy deseada, lo que hace que a día de hoy esté ya bastante saturada. Esto es así hasta el extremo de que se ha establecido un organismo internacional encargado de regular el uso de dicha órbita geoestacionaria, concediendo permisos de uso de su espacio. Y aquí es donde entran los especuladores…
Efectivamente, si yo consigo de ese organismo el permiso para ubicar un determinado satélite en un punto dado de la órbita geoestacionaria, luego puedo alquilar el uso de ese espacio a otras compañías interesadas en explotarlo. Dado que los tratados internacionales conceden derechos de uso a los países que puedan necesitarlo en base a unos ciertos criterios, algunos de esos países que realmente no necesiten ese espacio para un satélite propio (generalmente países pequeños y poco desarrollados) pueden vender luego esos derechos a terceros más desarrollados y ávidos de explotar la banda geoestacionaria.
Es el caso, por ejemplo, de Tonga. Sí, un pequeño archipiélago perdido en la Polinesia, en medio del Pacífico, con sus reyes aborígenes, sus collares de flores, sus jóvenes nativas de bonitos pechos y faldas vegetales… vale, vale, me dejo de tópicos, pero ya os hacéis una idea…
Pues bien, en 1980 un americano espabilado acudió a la familia real de Tonga para proponerles un plan: según los acuerdos internacionales, a Tonga le correspondía un espacio en la órbita geoestacionaria, siempre que demostrase que estaba en condiciones de utilizarlo. Si se podía convencer al organismo responsable de esto último, se entraría en posesión de un hueco de alto valor estratégico en la órbita geoestacionaria, por estar en una posición idónea para las comunicaciones entre Asia y América.
El americano y la casa real tonguesa (o tongana, o como se diga) montaron una compañía que bajo el nombre de Tongasat se suponía que ofrecería servicios de telecomunicaciones, para lo cual se solicitaron siete espacios en la órbita geoestacionaria, que le fueron concedidos entre 1991 y 1992. Pero para “probar” que se estaba en condiciones de utilizarlos, había que poner en órbita algún satélite, algo para lo cual aquel país no tenía ni la necesidad, ni las ganas de invertir el dinero necesario. Pero si no se hacía algo al respecto, si Tonga no demostraba que estaba en condiciones de utilizar las ubicaciones concedidas, dicha concesión podría terminar revocándose.
Pues nada: se compra un satélite viejo y listos, pensaron los especuladores de Tongasat. De modo que en 2002 compraron un satélite de comunicaciones obsoleto, el Comstar 1D, lanzado en 1981 y ya totalmente desfasado por aquel entonces, y lo rebautizaron como Esiafi 1. Tongasat ya tenía un satélite. Que sirviera para algo era lo de menos…
En su web, Tongasat ofrece los servicios de este satélite (algo que claramente nadie está interesado en comprar a día de hoy, dada su obsolescencia… si es que aún funciona), a la vez que anuncian que se hayan en posesión de 9 ubicaciones en la órbita geoestacionaria, varias de ellas desocupadas, y que “estarían encantados de explorar los posibles usos de los huecos no utilizados con potenciales clientes”. ¿Quién dijo que para la especulación inmobiliaria era necesario tener terrenos? (Foto: Hughes)
No os digo nada nuevo si recuerdo que nuestra vida moderna depende en gran medida de los satélites: llamadas telefónicas, retransmisiones por radio y televisión, o el pronóstico del tiempo, por decir los casos más sencillos, dependen en gran medida de estos aparatos. Y en estos tres casos concretos (aunque no son los únicos), los satélites que lo hacen posible son satélites geoestacionarios, situados en una órbita ecuatorial a unos 36.000 km de altura. Se trata de una órbita muy exclusiva y muy deseada, lo que hace que a día de hoy esté ya bastante saturada. Esto es así hasta el extremo de que se ha establecido un organismo internacional encargado de regular el uso de dicha órbita geoestacionaria, concediendo permisos de uso de su espacio. Y aquí es donde entran los especuladores…
Efectivamente, si yo consigo de ese organismo el permiso para ubicar un determinado satélite en un punto dado de la órbita geoestacionaria, luego puedo alquilar el uso de ese espacio a otras compañías interesadas en explotarlo. Dado que los tratados internacionales conceden derechos de uso a los países que puedan necesitarlo en base a unos ciertos criterios, algunos de esos países que realmente no necesiten ese espacio para un satélite propio (generalmente países pequeños y poco desarrollados) pueden vender luego esos derechos a terceros más desarrollados y ávidos de explotar la banda geoestacionaria.
Es el caso, por ejemplo, de Tonga. Sí, un pequeño archipiélago perdido en la Polinesia, en medio del Pacífico, con sus reyes aborígenes, sus collares de flores, sus jóvenes nativas de bonitos pechos y faldas vegetales… vale, vale, me dejo de tópicos, pero ya os hacéis una idea…
Pues bien, en 1980 un americano espabilado acudió a la familia real de Tonga para proponerles un plan: según los acuerdos internacionales, a Tonga le correspondía un espacio en la órbita geoestacionaria, siempre que demostrase que estaba en condiciones de utilizarlo. Si se podía convencer al organismo responsable de esto último, se entraría en posesión de un hueco de alto valor estratégico en la órbita geoestacionaria, por estar en una posición idónea para las comunicaciones entre Asia y América.
El americano y la casa real tonguesa (o tongana, o como se diga) montaron una compañía que bajo el nombre de Tongasat se suponía que ofrecería servicios de telecomunicaciones, para lo cual se solicitaron siete espacios en la órbita geoestacionaria, que le fueron concedidos entre 1991 y 1992. Pero para “probar” que se estaba en condiciones de utilizarlos, había que poner en órbita algún satélite, algo para lo cual aquel país no tenía ni la necesidad, ni las ganas de invertir el dinero necesario. Pero si no se hacía algo al respecto, si Tonga no demostraba que estaba en condiciones de utilizar las ubicaciones concedidas, dicha concesión podría terminar revocándose.
Pues nada: se compra un satélite viejo y listos, pensaron los especuladores de Tongasat. De modo que en 2002 compraron un satélite de comunicaciones obsoleto, el Comstar 1D, lanzado en 1981 y ya totalmente desfasado por aquel entonces, y lo rebautizaron como Esiafi 1. Tongasat ya tenía un satélite. Que sirviera para algo era lo de menos…
En su web, Tongasat ofrece los servicios de este satélite (algo que claramente nadie está interesado en comprar a día de hoy, dada su obsolescencia… si es que aún funciona), a la vez que anuncian que se hayan en posesión de 9 ubicaciones en la órbita geoestacionaria, varias de ellas desocupadas, y que “estarían encantados de explorar los posibles usos de los huecos no utilizados con potenciales clientes”. ¿Quién dijo que para la especulación inmobiliaria era necesario tener terrenos? (Foto: Hughes)
2 comentarios:
Decir que es obsoleto es ser muy, pero que muy generoso... ^_^
Los especuladores son el gran freno de nuestra sociedad, sin ellos hace mucho que no tendríamos guerras, ni hambre, y hasta es posible que estuviesemos a punto de visitar Marte.
Son como el cáncer.
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