Hace 3 años y medio, publicaba en este mismo blog una pequeña reflexión sobre los 50 años de era espacial, en el 50º aniversario del lanzamiento del Sputnik. No sé a vosotros, pero a mí me parece que fue ayer cuando lo escribí. Y hoy ya conmemoramos los 50 años del vuelo de Gagarin...
Tres años y medio… En tres años y medio, la humanidad pasó de poner en órbita un pequeño artefacto de 80 kg de peso que prácticamente se limitaba a emitir un pitido para su seguimiento desde tierra, a enviar al espacio al primer ser humano dentro de la primera nave espacial. En tres años y medio hubo que repotenciar el misil R-7 que puso en órbita el Sputnik para que fuera capaz de levantar el sobrepeso impuesto por la misión tripulada; en tres años y medio hubo que diseñar un vehículo capaz de mantener con vida a un ser humano en su interior protegiéndolo de los casi desconocidos peligros del espacio exterior; en esos tres años y medio hubo que investigar la forma de devolver a la Tierra un objeto lanzado al espacio sin que se desintegrase sometido a las enormes temperaturas provocadas por el rozamiento con la atmósfera durante la reentrada; tres años y medio en los que, además de todo eso, hubo que realizar vuelos de prueba previos con animales que garantizasen tanto la seguridad del vehículo como la posibilidad de sobrevivir a la ingravidez y al medio espacial en general.
Hoy tenemos potentes ordenadores en los que diseñamos en tres dimensiones con programas CAD, desde los que mandamos las piezas a fabricar de forma automática con sistemas CAM, con los que calculamos la resistencia de las piezas con programas FEM, o con los que simulamos el comportamiento aerodinámico con sistemas CFD. A finales de los 50, los ingenieros dibujaban a mano en tablero y resolvían sus ecuaciones con una regla de cálculo, para que luego fresadores y torneros fabricasen las piezas casi de forma artesanal. Y hoy, si alguien nos dice que tenemos tres años y medio para desarrollar un nuevo avión, algo que ya tenemos totalmente dominado y en lo que no hay misterios, le decimos que está loco… Curioso, ¿no?
Bien, lo reconozco: hay algo de demagogia en mi párrafo anterior, y las razones para las que la situación sea hoy así son múltiples y complejas. Pero el hecho es el que es, y no deja de ser llamativo… y, sobre todo, nos hace mirar con una tremenda admiración los enormes logros que se alcanzaron en aquellos años dorados de la carrera espacial.
Pero hablemos de Gagarin, que es lo que toca
Un poco de historia
La puesta en órbita del Sputnik el 4 de octubre de 1957 había asombrado al mundo y había supuesto un impacto casi indescriptible en los Estados Unidos, que hasta entonces se habían considerado claramente a la vanguardia de la ciencia y la tecnología a nivel mundial, y que despreciaban a la Unión Soviética como un país eminentemente agrícola y atrasado. La hazaña no sólo disparó las alarmas en los Estados Unidos, que a nivel militar descubrían con este lanzamiento que los rusos habían desarrollado misiles capaces de alcanzar su territorio con armas atómicas, y a nivel político veían humillado su prestigio internacional; al mismo tiempo, la tremenda repercusión que tuvo la hazaña hizo ver a los líderes rusos el espacio exterior como el perfecto escenario para su política, en el que ganar reconocimiento a nivel mundial.
El tortazo en plena cara que supuso el Sputnik para los norteamericanos les hizo reaccionar rápidamente potenciando su programa de misiles con el doble objetivo de no quedarse atrás militarmente, y de utilizarlo en paralelo en el escaparate espacial para no perder su posición de liderazgo mundial frente a los odiados comunistas. Pero iba a costar tiempo y trabajo recuperar el terreno perdido frente a los rusos; habría que esforzarse para rehacerse de esos años que los soviéticos habían empleado en desarrollar un cohete de largo alcance mientras los norteamericanos se limitaban a poco más que repetir los avances de los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial…
En cualquier caso, los Estados Unidos se tomaron la puesta en órbita del Sputnik y los sucesivos éxitos soviéticos en el espacio (la perra Laika fue puesta en órbita sólo un mes después que el Sputnik, volviendo a asombrar al mundo) como un reto al que había que dar respuesta cuanto antes. Nacía así la carrera espacial, en la que el espacio se convertiría en una especie de ring de boxeo virtual en el que las dos superpotencias se medirían mutuamente en pleno auge de la Guerra Fría.
Impulsados ambos rivales por la “necesidad” de mostrar al contrario y al resto del mundo su superioridad, el siguiente paso lógico en el espacio estaba claro: había que mandar un hombre allá arriba. Poco después del lanzamiento del Sputnik, en julio de 1958, el gobierno de los Estados Unidos autorizaba la creación de la NASA para liderar su naciente programa espacial, con el objetivo prioritario de poner un hombre en el espacio a la mayor brevedad posible. Al otro lado del telón de acero, aunque con mucho mayor secretismo de cara al exterior, se había dado luz verde al programa tripulado en mayo del mismo año.
No me extenderé, porque no viene del todo al caso en la celebración de este aniversario (y más que nada porque el artículo se alargaría excesivamente), sobre los desarrollos que tendrían lugar de forma acelerada en estos años para poder cumplir esos objetivos a la mayor brevedad posible. Simplemente comentaré que en paralelo al desarrollo de la primera nave espacial rusa, cuyo primer prototipo era lanzado al espacio en mayo de 1960, se procedía a la selección de los primeros aspirantes a cosmonautas entre un grupo de pilotos militares presentados voluntarios para una misión experimental desconocida. El 25 de febrero se designaban los 20 primeros miembros del recién nacido cuerpo de cosmonautas de la Unión Soviética, tras un largo y durísimo periodo de selección en el que los aspirantes habían sido sometidos a pruebas de todo tipo, tanto físicas como de aptitudes o psicológicas. Estos hombres iban a enfrentarse a lo desconocido; debían ser, al mismo tiempo, competentes técnicos y pilotos capaces de enfrentarse a posibles imprevistos utilizando la más moderna tecnología… y resistentes conejillos de indias capaces de enfrentarse a un entorno hostil y desconocido.
A lo largo de 1960, mientras los veinte seleccionados comenzaban su entrenamiento para la misión, tenían lugar tres vuelos de prueba con la nave Vostok, dos de ellos con perros a bordo, gracias a los cuales se fue perfeccionando el sistema de cara al próximo vuelo tripulado. En paralelo, en los Estados Unidos se seguía un proceso muy similar en todo al ruso, excepto en una cosa: la menor potencia de los cohetes disponibles, que impedirían inicialmente llevar a cabo un vuelo orbital. No obstante, se pensaba que sería suficiente con enviar un hombre al espacio en trayectoria parabólica, realizando “un salto al espacio”, para poderse declarar ganadores en esta carrera por ser los primeros en adentrarse en el cosmos.
Pero todos los esfuerzos norteamericanos fueron vanos: en marzo de 1961 dos nuevos ensayos orbitales de la nave Vostok con perros a bordo terminaban con un completo éxito, despejando el camino hacia la misión tripulada rusa. El 12 de abril de 1961 Yuri Gagarin era lanzado al espacio en una nave Vostok impulsada por un misil R-7 sobrepotenciado. Tras entrar en órbita y dar una vuelta completa a la Tierra, aterrizaba sano y salvo tras un viaje de 1 hora y 48 minutos. Una vez más, la Unión Soviética había hecho historia en el espacio. Y una vez más, los Estados Unidos se hundían en la humillación… aunque esta vez ya no les pillaba por sorpresa.
¿Por qué Gagarin?
¿Qué hizo que fuera Yuri Gagarin, y no cualquier otro de los 20 miembros iniciales del cuerpo de cosmonautas, el que recibiera el honor de entrar en la historia como primer hombre en el espacio? Por una parte, su valía: a lo largo de su periodo de entrenamiento, los distintos integrantes del grupo iban siendo evaluados, asignándoseles calificaciones según iban superando las distintas pruebas físicas, de conocimientos técnicos, psicológicas y de todo tipo. En este proceso, Gagarin quedó situado entre los primeros clasificados. Pero, entre un grupo de élite como era éste, tras el duro filtro que había supuesto la selección inicial, este parámetro no podía resultar definitivo. La importancia histórica de la misión que iba a tener lugar aconsejaba tener en cuenta también otros criterios… incluso políticos.
Gagarin no sólo era uno de los mejores: además, tenía una personalidad cordial, tenía don de gentes, era simpático y hasta encantador. Daba buena imagen ante la cámara y, para colmo, procedía de familia proletaria. Yuri Gagarin no sólo contaba con su valía: representaba el ruso modelo. Quien llevase a cabo esta misión histórica iba a ser un representante de la Unión Soviética a nivel mundial: la elección no podía ser otra.
Mucho más que una misión orbital…
La misión de Gagarin supuso la entrada de la humanidad en el espacio y la apertura de una nueva frontera hacia lo inexplorado. Hoy, acostumbrados a las misiones espaciales tripuladas y a ver astronautas flotando sonrientes en el interior de una estación espacial, no nos resulta fácil entender lo que supuso en su día esta aventura hacia lo desconocido. Aunque se habían hecho experimentos previos con animales, aún quedaban muchas dudas en el aire: sí, parecía que era posible para un ser vivo sobrevivir en estado de ingravidez, pero… ¿se verían afectadas las funciones cerebrales, por ejemplo? Algunos científicos tenían sus dudas, ¿qué pasaría si el astronauta enloquecía en el medio espacial, o sufría cualquier otra alteración mental, como euforia, depresión, o cualquier cosa que pudiera afectar a su propia seguridad? Las dudas abarcaban todos los campos; por ejemplo, aunque para esta primera misión, dada su corta duración, no sería necesario, ¿sería capaz el hombre de ingerir bebida y alimentos en ingravidez? ¿Podrían los líquidos y sólidos bajar hasta el estómago sin la ayuda de la gravedad? ¿O quizás estas simples operaciones pudieran incluso representar un serio peligro de ahogo en esas condiciones? Resulta fácil decir que fue una misión hacia lo desconocido… pero es que lo fue, en sentido literal.
Pero, más allá de sus implicaciones directas, la misión de Yuri Gagarin tuvo implicaciones históricas que fueron mucho más allá de lo evidente, más allá de representar la entrada del hombre en el espacio. Hoy sabemos que fue la misión de Gagarin lo que llevó a los Estados Unidos a autoimponerse el reto de poner a un hombre en la Luna en menos de una década. Si el primer hombre en el espacio hubiese sido el norteamericano Alan Shepard en lugar del ruso Yuri Gagarin, probablemente hoy aún estaríamos soñando con la primera misión tripulada a nuestro satélite, como lo hacemos con la misión a Marte.
Todos sabemos que la llegada del hombre a la Luna no fue la consecuencia de criterios científicos, sino políticos. Sólo la situación de tensa rivalidad existente entre las dos superpotencias durante la Guerra Fría, y la necesidad de los Estados Unidos de desquitarse de las humillaciones sufridas una vez tras otra ante los soviéticos en materia espacial, sería lo que condujese a la misión lunar. Y la derrota sufrida con el vuelo de Gagarin fue la gota que colmó el vaso norteamericano y que desencadenó todo el proceso.
Una semana después de la misión de Gagarin, cuando los Estados Unidos aún no habían conseguido poner a su astronauta en el espacio ni siquiera en la prevista misión suborbital, el presidente Kennedy preguntaba desesperado a sus consejeros: “¿Tenemos alguna posibilidad de batir a los soviéticos poniendo un laboratorio en el espacio, o con un viaje alrededor de la Luna, o con un cohete que aterrice en la Luna, o con un cohete que haga ida y vuelta a la Luna con un hombre? ¿Hay algún otro programa espacial que prometa resultados espectaculares y en el que podamos ganar?”. La respuesta fue clara: la situación tecnológica norteamericana en materia espacial era de desventaja, y no se podían esperar triunfos a corto plazo. La única posibilidad de vencer a los rusos era plantearse un gran reto a medio plazo en el que se pusiera toda la carne en el asador; si toda la nación se comprometía a ello como un objetivo prioritario, decía la respuesta al presidente, los Estados Unidos tendrían “una excelente oportunidad de batir a los soviéticos con el primer aterrizaje de una tripulación sobre la Luna”, lo cual podría suceder en un plazo inferior a 10 años. Un mes más tarde, poco después de que el norteamericano Alan Shepard aliviase un poco el sentimiento de humillación nacional con su salto suborbital al espacio, Kennedy intervenía en el Congreso con su famoso discurso en el que pedía a la nación comprometerse con el objetivo de poner a un hombre sobre la superficie de la Luna antes de que terminase la década. “Ningún otro proyecto espacial en este periodo será más impresionante para la Humanidad, o más importante para la exploración a largo plazo del espacio; y ninguno será tan difícil o costoso de cumplir”.
Y se cumplió. Finalmente, los Estados Unidos lograron salvar su honor ganando la carrera espacial. Pero fueron el Sputnik y Gagarin quienes les motivaron para conseguirlo. De eso hoy hacen 50 años…
Tres años y medio… En tres años y medio, la humanidad pasó de poner en órbita un pequeño artefacto de 80 kg de peso que prácticamente se limitaba a emitir un pitido para su seguimiento desde tierra, a enviar al espacio al primer ser humano dentro de la primera nave espacial. En tres años y medio hubo que repotenciar el misil R-7 que puso en órbita el Sputnik para que fuera capaz de levantar el sobrepeso impuesto por la misión tripulada; en tres años y medio hubo que diseñar un vehículo capaz de mantener con vida a un ser humano en su interior protegiéndolo de los casi desconocidos peligros del espacio exterior; en esos tres años y medio hubo que investigar la forma de devolver a la Tierra un objeto lanzado al espacio sin que se desintegrase sometido a las enormes temperaturas provocadas por el rozamiento con la atmósfera durante la reentrada; tres años y medio en los que, además de todo eso, hubo que realizar vuelos de prueba previos con animales que garantizasen tanto la seguridad del vehículo como la posibilidad de sobrevivir a la ingravidez y al medio espacial en general.
Hoy tenemos potentes ordenadores en los que diseñamos en tres dimensiones con programas CAD, desde los que mandamos las piezas a fabricar de forma automática con sistemas CAM, con los que calculamos la resistencia de las piezas con programas FEM, o con los que simulamos el comportamiento aerodinámico con sistemas CFD. A finales de los 50, los ingenieros dibujaban a mano en tablero y resolvían sus ecuaciones con una regla de cálculo, para que luego fresadores y torneros fabricasen las piezas casi de forma artesanal. Y hoy, si alguien nos dice que tenemos tres años y medio para desarrollar un nuevo avión, algo que ya tenemos totalmente dominado y en lo que no hay misterios, le decimos que está loco… Curioso, ¿no?
Bien, lo reconozco: hay algo de demagogia en mi párrafo anterior, y las razones para las que la situación sea hoy así son múltiples y complejas. Pero el hecho es el que es, y no deja de ser llamativo… y, sobre todo, nos hace mirar con una tremenda admiración los enormes logros que se alcanzaron en aquellos años dorados de la carrera espacial.
Pero hablemos de Gagarin, que es lo que toca
Un poco de historia
La puesta en órbita del Sputnik el 4 de octubre de 1957 había asombrado al mundo y había supuesto un impacto casi indescriptible en los Estados Unidos, que hasta entonces se habían considerado claramente a la vanguardia de la ciencia y la tecnología a nivel mundial, y que despreciaban a la Unión Soviética como un país eminentemente agrícola y atrasado. La hazaña no sólo disparó las alarmas en los Estados Unidos, que a nivel militar descubrían con este lanzamiento que los rusos habían desarrollado misiles capaces de alcanzar su territorio con armas atómicas, y a nivel político veían humillado su prestigio internacional; al mismo tiempo, la tremenda repercusión que tuvo la hazaña hizo ver a los líderes rusos el espacio exterior como el perfecto escenario para su política, en el que ganar reconocimiento a nivel mundial.
El tortazo en plena cara que supuso el Sputnik para los norteamericanos les hizo reaccionar rápidamente potenciando su programa de misiles con el doble objetivo de no quedarse atrás militarmente, y de utilizarlo en paralelo en el escaparate espacial para no perder su posición de liderazgo mundial frente a los odiados comunistas. Pero iba a costar tiempo y trabajo recuperar el terreno perdido frente a los rusos; habría que esforzarse para rehacerse de esos años que los soviéticos habían empleado en desarrollar un cohete de largo alcance mientras los norteamericanos se limitaban a poco más que repetir los avances de los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial…
En cualquier caso, los Estados Unidos se tomaron la puesta en órbita del Sputnik y los sucesivos éxitos soviéticos en el espacio (la perra Laika fue puesta en órbita sólo un mes después que el Sputnik, volviendo a asombrar al mundo) como un reto al que había que dar respuesta cuanto antes. Nacía así la carrera espacial, en la que el espacio se convertiría en una especie de ring de boxeo virtual en el que las dos superpotencias se medirían mutuamente en pleno auge de la Guerra Fría.
Impulsados ambos rivales por la “necesidad” de mostrar al contrario y al resto del mundo su superioridad, el siguiente paso lógico en el espacio estaba claro: había que mandar un hombre allá arriba. Poco después del lanzamiento del Sputnik, en julio de 1958, el gobierno de los Estados Unidos autorizaba la creación de la NASA para liderar su naciente programa espacial, con el objetivo prioritario de poner un hombre en el espacio a la mayor brevedad posible. Al otro lado del telón de acero, aunque con mucho mayor secretismo de cara al exterior, se había dado luz verde al programa tripulado en mayo del mismo año.
No me extenderé, porque no viene del todo al caso en la celebración de este aniversario (y más que nada porque el artículo se alargaría excesivamente), sobre los desarrollos que tendrían lugar de forma acelerada en estos años para poder cumplir esos objetivos a la mayor brevedad posible. Simplemente comentaré que en paralelo al desarrollo de la primera nave espacial rusa, cuyo primer prototipo era lanzado al espacio en mayo de 1960, se procedía a la selección de los primeros aspirantes a cosmonautas entre un grupo de pilotos militares presentados voluntarios para una misión experimental desconocida. El 25 de febrero se designaban los 20 primeros miembros del recién nacido cuerpo de cosmonautas de la Unión Soviética, tras un largo y durísimo periodo de selección en el que los aspirantes habían sido sometidos a pruebas de todo tipo, tanto físicas como de aptitudes o psicológicas. Estos hombres iban a enfrentarse a lo desconocido; debían ser, al mismo tiempo, competentes técnicos y pilotos capaces de enfrentarse a posibles imprevistos utilizando la más moderna tecnología… y resistentes conejillos de indias capaces de enfrentarse a un entorno hostil y desconocido.
A lo largo de 1960, mientras los veinte seleccionados comenzaban su entrenamiento para la misión, tenían lugar tres vuelos de prueba con la nave Vostok, dos de ellos con perros a bordo, gracias a los cuales se fue perfeccionando el sistema de cara al próximo vuelo tripulado. En paralelo, en los Estados Unidos se seguía un proceso muy similar en todo al ruso, excepto en una cosa: la menor potencia de los cohetes disponibles, que impedirían inicialmente llevar a cabo un vuelo orbital. No obstante, se pensaba que sería suficiente con enviar un hombre al espacio en trayectoria parabólica, realizando “un salto al espacio”, para poderse declarar ganadores en esta carrera por ser los primeros en adentrarse en el cosmos.
Pero todos los esfuerzos norteamericanos fueron vanos: en marzo de 1961 dos nuevos ensayos orbitales de la nave Vostok con perros a bordo terminaban con un completo éxito, despejando el camino hacia la misión tripulada rusa. El 12 de abril de 1961 Yuri Gagarin era lanzado al espacio en una nave Vostok impulsada por un misil R-7 sobrepotenciado. Tras entrar en órbita y dar una vuelta completa a la Tierra, aterrizaba sano y salvo tras un viaje de 1 hora y 48 minutos. Una vez más, la Unión Soviética había hecho historia en el espacio. Y una vez más, los Estados Unidos se hundían en la humillación… aunque esta vez ya no les pillaba por sorpresa.
¿Por qué Gagarin?
¿Qué hizo que fuera Yuri Gagarin, y no cualquier otro de los 20 miembros iniciales del cuerpo de cosmonautas, el que recibiera el honor de entrar en la historia como primer hombre en el espacio? Por una parte, su valía: a lo largo de su periodo de entrenamiento, los distintos integrantes del grupo iban siendo evaluados, asignándoseles calificaciones según iban superando las distintas pruebas físicas, de conocimientos técnicos, psicológicas y de todo tipo. En este proceso, Gagarin quedó situado entre los primeros clasificados. Pero, entre un grupo de élite como era éste, tras el duro filtro que había supuesto la selección inicial, este parámetro no podía resultar definitivo. La importancia histórica de la misión que iba a tener lugar aconsejaba tener en cuenta también otros criterios… incluso políticos.
Gagarin no sólo era uno de los mejores: además, tenía una personalidad cordial, tenía don de gentes, era simpático y hasta encantador. Daba buena imagen ante la cámara y, para colmo, procedía de familia proletaria. Yuri Gagarin no sólo contaba con su valía: representaba el ruso modelo. Quien llevase a cabo esta misión histórica iba a ser un representante de la Unión Soviética a nivel mundial: la elección no podía ser otra.
Mucho más que una misión orbital…
La misión de Gagarin supuso la entrada de la humanidad en el espacio y la apertura de una nueva frontera hacia lo inexplorado. Hoy, acostumbrados a las misiones espaciales tripuladas y a ver astronautas flotando sonrientes en el interior de una estación espacial, no nos resulta fácil entender lo que supuso en su día esta aventura hacia lo desconocido. Aunque se habían hecho experimentos previos con animales, aún quedaban muchas dudas en el aire: sí, parecía que era posible para un ser vivo sobrevivir en estado de ingravidez, pero… ¿se verían afectadas las funciones cerebrales, por ejemplo? Algunos científicos tenían sus dudas, ¿qué pasaría si el astronauta enloquecía en el medio espacial, o sufría cualquier otra alteración mental, como euforia, depresión, o cualquier cosa que pudiera afectar a su propia seguridad? Las dudas abarcaban todos los campos; por ejemplo, aunque para esta primera misión, dada su corta duración, no sería necesario, ¿sería capaz el hombre de ingerir bebida y alimentos en ingravidez? ¿Podrían los líquidos y sólidos bajar hasta el estómago sin la ayuda de la gravedad? ¿O quizás estas simples operaciones pudieran incluso representar un serio peligro de ahogo en esas condiciones? Resulta fácil decir que fue una misión hacia lo desconocido… pero es que lo fue, en sentido literal.
Pero, más allá de sus implicaciones directas, la misión de Yuri Gagarin tuvo implicaciones históricas que fueron mucho más allá de lo evidente, más allá de representar la entrada del hombre en el espacio. Hoy sabemos que fue la misión de Gagarin lo que llevó a los Estados Unidos a autoimponerse el reto de poner a un hombre en la Luna en menos de una década. Si el primer hombre en el espacio hubiese sido el norteamericano Alan Shepard en lugar del ruso Yuri Gagarin, probablemente hoy aún estaríamos soñando con la primera misión tripulada a nuestro satélite, como lo hacemos con la misión a Marte.
Todos sabemos que la llegada del hombre a la Luna no fue la consecuencia de criterios científicos, sino políticos. Sólo la situación de tensa rivalidad existente entre las dos superpotencias durante la Guerra Fría, y la necesidad de los Estados Unidos de desquitarse de las humillaciones sufridas una vez tras otra ante los soviéticos en materia espacial, sería lo que condujese a la misión lunar. Y la derrota sufrida con el vuelo de Gagarin fue la gota que colmó el vaso norteamericano y que desencadenó todo el proceso.
Una semana después de la misión de Gagarin, cuando los Estados Unidos aún no habían conseguido poner a su astronauta en el espacio ni siquiera en la prevista misión suborbital, el presidente Kennedy preguntaba desesperado a sus consejeros: “¿Tenemos alguna posibilidad de batir a los soviéticos poniendo un laboratorio en el espacio, o con un viaje alrededor de la Luna, o con un cohete que aterrice en la Luna, o con un cohete que haga ida y vuelta a la Luna con un hombre? ¿Hay algún otro programa espacial que prometa resultados espectaculares y en el que podamos ganar?”. La respuesta fue clara: la situación tecnológica norteamericana en materia espacial era de desventaja, y no se podían esperar triunfos a corto plazo. La única posibilidad de vencer a los rusos era plantearse un gran reto a medio plazo en el que se pusiera toda la carne en el asador; si toda la nación se comprometía a ello como un objetivo prioritario, decía la respuesta al presidente, los Estados Unidos tendrían “una excelente oportunidad de batir a los soviéticos con el primer aterrizaje de una tripulación sobre la Luna”, lo cual podría suceder en un plazo inferior a 10 años. Un mes más tarde, poco después de que el norteamericano Alan Shepard aliviase un poco el sentimiento de humillación nacional con su salto suborbital al espacio, Kennedy intervenía en el Congreso con su famoso discurso en el que pedía a la nación comprometerse con el objetivo de poner a un hombre sobre la superficie de la Luna antes de que terminase la década. “Ningún otro proyecto espacial en este periodo será más impresionante para la Humanidad, o más importante para la exploración a largo plazo del espacio; y ninguno será tan difícil o costoso de cumplir”.
Y se cumplió. Finalmente, los Estados Unidos lograron salvar su honor ganando la carrera espacial. Pero fueron el Sputnik y Gagarin quienes les motivaron para conseguirlo. De eso hoy hacen 50 años…
3 comentarios:
Para el que el sábado esté en casa por la noche, en "La noche temática" de La2 van a hablar sobre este tema, sobre Gagarin.
Me parece adecuado el enfoque que haces sobre que la carrera espacial ha tenido desde su comienzo un enfoque mas politico ó militar que de desarrollo tecnologico. Como realmente estamos viendo con toda precision en estos ultimos años en que languidece lenta pero inexorablemente. Ahora ya sin alternativa siquiera al jubilado transbordador.
Acabo de descubrir tu blog y me parece muy original. Nos vamos viendo! Un saludo.
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