Acabo de leer una historia entre divertida y curiosa, y escrita con un gran sentido común (no siempre abundante por ahí). Su autor es Dwayne Day, un reconocido historiador espacial. La historia podéis leerla aquí, en The Space Review, una especie de blog de opinión sobre el espacio en el que se mezclan los análisis serios e interesantes con otros que no lo son tanto, incluyendo algunos de escasa objetividad (de vez en cuando se cuelan artículos pro-militaristas y tendenciosos), pero que merece la pena leer porque a veces se escriben historias interesantes (y también, por qué no, porque está bien saber cómo piensan algunos sectores de población, aunque no lo compartamos).
La historia que nos cuenta Day va sobre maldiciones indias. Sí, como en la película de Poltergeist, donde los fantasmas del cementerio indio que hay debajo de la casa hacen la vida imposible a sus habitantes… Pues parecido, pero aquí en vez de una casa se trata de una plataforma de lanzamiento en la Base Aérea de Vandenberg, California.
La historia es curiosa en primer lugar por lo asombroso (y hasta absurdo) de la historia de esta plataforma: unas gigantescas instalaciones en las que se han ido vertiendo millones y más millones de dólares a lo largo de la historia sin que llegasen a utilizarse durante 40 años (más allá de tres lanzamientos fallidos de un pequeño cohete que casi podría haberse lanzado desde un patio de colegio; al final cuento un poco más sobre esta historia). Y en segundo lugar, es una historia curiosa como ejemplo de esas teorías de la conspiración y similares, que van creciendo y extendiéndose sin saber muy bien cómo empezaron ni dónde, y por supuesto sin ninguna base real. En este caso, se achaca a una maldición india la “mala suerte” de la plataforma, y hasta algunos rumores hablan de que ha sido construida sobre un antiguo cementerio indio, algo rotundamente falso.
Pero la historia también es interesante por cómo se cuenta. Y es que Day es un historiador riguroso, y hace gracia verlo comenzar aquí diciendo (con una graciosa ironía hacia los políticos): “Tengo que confesar algo: voy a hablar acerca de un tema sobre el que no tengo ni idea. Pero soy de Washington, un lugar donde el hecho de no saber nada no es un impedimento para hablar”. No obstante, luego da una breve charla, que suscribo plenamente, sobre cómo debe escribirse una historia con rigor, tras un proceso de documentación e investigación. Su espíritu se resume en una de sus frases: “Tienes que hacer ese trabajo [documentación e investigación] o no eres más que un plumilla”.
El artículo es largo, pero si entendéis inglés, puede ser curioso leerlo. Y, aparte de lo curioso que resulta (sobre todo la primera parte, la segunda la podéis obviar si os resulta pesado), incluye algunas frases o párrafos brillantes que suscribo plenamente, como la anterior. Os pongo alguna otra:
“Tened presente de qué estamos hablando aquí: hombres blancos contando historias sobre pieles rojas y culpándoles de la ineptitud burocrática en tierras arrebatadas a los pieles rojas. […] Ahora imaginaos si fuera al revés. ¿Qué tal si alguien contase una historia sobre presbiterianos echando maldiciones a la gente, o baptistas practicando el vudú, o católicos cometiendo canibalismo? […] ¿Y no creéis que si alguien fuera a escribir sobre estas historias, debería empezar por intentar buscar la verdad, por ejemplo hablando con esta gente?” Y es que al parecer se ha escrito de todo al respecto, pero nunca nadie ha preguntado a los indios sobre esta historia…
Y el artículo se remata con una triste nota final. Triste, porque refleja lo inútil que a veces parece intentar abrir los ojos a alguna gente sobre lo absurdo de estas historias absurdas, ya sean supersticiones, teorías de la conspiración, o simples rumores sin fundamento. Y es que parece ser que, después de su conferencia (el texto está extraído de una conferencia dada en la región donde está la base), tras exponer todas las incoherencias y falta de base en la historia, un oyente se le acercó para hacerle una inesperada “revelación”:
“Las maldiciones de los Chumash son auténticas”, me dijo, y al principio pensé que me estaba contando algo acerca de la religión de los Chumash [en su charla, Day había expuesto que ni siquiera nadie había aclarado si en la religión de los indios Chumash existían realmente las maldiciones]. Pero luego continuó contándome cómo un proyecto en curso para la construcción de un parque había sido “maldecido” por los Chumash. Al parecer, allí también habían tenido todo tipo de retrasos y accidentes, igual que en Vandenberg. La profundidad de nuestra ignorancia es mayor de lo que yo pensaba…”
P.D.: La historia de “SLC-6”
La verdad es que la historia de la plataforma número 6 (SLC-6, pronunciado “Slick-6”) de Vandenberg (lugar de lanzamiento de la Fuerza Aérea en la costa oeste de los Estados Unidos) es “para mear y no echar gota”. La resumo aquí brevemente:
Su construcción dio comienzo a mediados de los 60, con el objetivo de lanzar desde allí el nuevo y gigantesco (para la época) Titan III, que debía enviar a la órbita terrestre la estación espacial militar MOL. Cuando el MOL fue finalmente cancelado en 1969 (debido, principalmente, a retrasos y aumentos de costes, aunque también al hecho de que empezaba a parecer claro que las estaciones militares tripuladas no tenían mucho sentido), la plataforma estaba aún a medio terminar, pero como había dinero para ello, se decidió finalizarla “por si acaso”, para el futuro. Una vez terminada, y con decenas de millones de dólares enterrados en hormigón, se dejó arrinconada.
A finales de los 70, se decidió resucitarla para llevar a cabo desde allí los lanzamientos militares del Space Shuttle. Dado su gran tamaño, era apropiada para el transbordador, aunque había que hacer cambios para adaptarla. Se invirtieron esta vez miles de millones de dólares en la reforma, que resultó más complicada de lo esperado. Pero, antes de que pudiera llegar a ser utilizada, tuvo lugar el accidente del Challenger. Tras él, la Fuerza Aérea decidió derivar sus cargas hacia lanzadores convencionales. SLC-6 fue arrinconada de nuevo.
En 1995, y por darle algún uso, Lockheed utilizó la plataforma para probar su nuevo cohete LLV o Athena, un cohete minúsculo para las gigantescas instalaciones de SLC-6. Verlo situado para el lanzamiento en una esquina de la plataforma era, en palabras de Day, como ver un lápiz puesto de pie en una esquina de una mesa. Se hicieron tres lanzamientos, y todos fueron un fracaso.
A finales de los 90, se decidió readaptar de nuevo la plataforma para utilizarla con el masivo Delta 4. Hubo que esperar hasta 2006 para poder contemplar el primer lanzamiento de este cohete desde SLC-6, el primero con éxito desde que se iniciara la construcción de la plataforma hace ya 40 años. Todo un ejemplo de buena gestión, ¿eh? (Foto: Archivo)
La historia que nos cuenta Day va sobre maldiciones indias. Sí, como en la película de Poltergeist, donde los fantasmas del cementerio indio que hay debajo de la casa hacen la vida imposible a sus habitantes… Pues parecido, pero aquí en vez de una casa se trata de una plataforma de lanzamiento en la Base Aérea de Vandenberg, California.
La historia es curiosa en primer lugar por lo asombroso (y hasta absurdo) de la historia de esta plataforma: unas gigantescas instalaciones en las que se han ido vertiendo millones y más millones de dólares a lo largo de la historia sin que llegasen a utilizarse durante 40 años (más allá de tres lanzamientos fallidos de un pequeño cohete que casi podría haberse lanzado desde un patio de colegio; al final cuento un poco más sobre esta historia). Y en segundo lugar, es una historia curiosa como ejemplo de esas teorías de la conspiración y similares, que van creciendo y extendiéndose sin saber muy bien cómo empezaron ni dónde, y por supuesto sin ninguna base real. En este caso, se achaca a una maldición india la “mala suerte” de la plataforma, y hasta algunos rumores hablan de que ha sido construida sobre un antiguo cementerio indio, algo rotundamente falso.
Pero la historia también es interesante por cómo se cuenta. Y es que Day es un historiador riguroso, y hace gracia verlo comenzar aquí diciendo (con una graciosa ironía hacia los políticos): “Tengo que confesar algo: voy a hablar acerca de un tema sobre el que no tengo ni idea. Pero soy de Washington, un lugar donde el hecho de no saber nada no es un impedimento para hablar”. No obstante, luego da una breve charla, que suscribo plenamente, sobre cómo debe escribirse una historia con rigor, tras un proceso de documentación e investigación. Su espíritu se resume en una de sus frases: “Tienes que hacer ese trabajo [documentación e investigación] o no eres más que un plumilla”.
El artículo es largo, pero si entendéis inglés, puede ser curioso leerlo. Y, aparte de lo curioso que resulta (sobre todo la primera parte, la segunda la podéis obviar si os resulta pesado), incluye algunas frases o párrafos brillantes que suscribo plenamente, como la anterior. Os pongo alguna otra:
“Tened presente de qué estamos hablando aquí: hombres blancos contando historias sobre pieles rojas y culpándoles de la ineptitud burocrática en tierras arrebatadas a los pieles rojas. […] Ahora imaginaos si fuera al revés. ¿Qué tal si alguien contase una historia sobre presbiterianos echando maldiciones a la gente, o baptistas practicando el vudú, o católicos cometiendo canibalismo? […] ¿Y no creéis que si alguien fuera a escribir sobre estas historias, debería empezar por intentar buscar la verdad, por ejemplo hablando con esta gente?” Y es que al parecer se ha escrito de todo al respecto, pero nunca nadie ha preguntado a los indios sobre esta historia…
Y el artículo se remata con una triste nota final. Triste, porque refleja lo inútil que a veces parece intentar abrir los ojos a alguna gente sobre lo absurdo de estas historias absurdas, ya sean supersticiones, teorías de la conspiración, o simples rumores sin fundamento. Y es que parece ser que, después de su conferencia (el texto está extraído de una conferencia dada en la región donde está la base), tras exponer todas las incoherencias y falta de base en la historia, un oyente se le acercó para hacerle una inesperada “revelación”:
“Las maldiciones de los Chumash son auténticas”, me dijo, y al principio pensé que me estaba contando algo acerca de la religión de los Chumash [en su charla, Day había expuesto que ni siquiera nadie había aclarado si en la religión de los indios Chumash existían realmente las maldiciones]. Pero luego continuó contándome cómo un proyecto en curso para la construcción de un parque había sido “maldecido” por los Chumash. Al parecer, allí también habían tenido todo tipo de retrasos y accidentes, igual que en Vandenberg. La profundidad de nuestra ignorancia es mayor de lo que yo pensaba…”
P.D.: La historia de “SLC-6”
La verdad es que la historia de la plataforma número 6 (SLC-6, pronunciado “Slick-6”) de Vandenberg (lugar de lanzamiento de la Fuerza Aérea en la costa oeste de los Estados Unidos) es “para mear y no echar gota”. La resumo aquí brevemente:
Su construcción dio comienzo a mediados de los 60, con el objetivo de lanzar desde allí el nuevo y gigantesco (para la época) Titan III, que debía enviar a la órbita terrestre la estación espacial militar MOL. Cuando el MOL fue finalmente cancelado en 1969 (debido, principalmente, a retrasos y aumentos de costes, aunque también al hecho de que empezaba a parecer claro que las estaciones militares tripuladas no tenían mucho sentido), la plataforma estaba aún a medio terminar, pero como había dinero para ello, se decidió finalizarla “por si acaso”, para el futuro. Una vez terminada, y con decenas de millones de dólares enterrados en hormigón, se dejó arrinconada.
A finales de los 70, se decidió resucitarla para llevar a cabo desde allí los lanzamientos militares del Space Shuttle. Dado su gran tamaño, era apropiada para el transbordador, aunque había que hacer cambios para adaptarla. Se invirtieron esta vez miles de millones de dólares en la reforma, que resultó más complicada de lo esperado. Pero, antes de que pudiera llegar a ser utilizada, tuvo lugar el accidente del Challenger. Tras él, la Fuerza Aérea decidió derivar sus cargas hacia lanzadores convencionales. SLC-6 fue arrinconada de nuevo.
En 1995, y por darle algún uso, Lockheed utilizó la plataforma para probar su nuevo cohete LLV o Athena, un cohete minúsculo para las gigantescas instalaciones de SLC-6. Verlo situado para el lanzamiento en una esquina de la plataforma era, en palabras de Day, como ver un lápiz puesto de pie en una esquina de una mesa. Se hicieron tres lanzamientos, y todos fueron un fracaso.
A finales de los 90, se decidió readaptar de nuevo la plataforma para utilizarla con el masivo Delta 4. Hubo que esperar hasta 2006 para poder contemplar el primer lanzamiento de este cohete desde SLC-6, el primero con éxito desde que se iniciara la construcción de la plataforma hace ya 40 años. Todo un ejemplo de buena gestión, ¿eh? (Foto: Archivo)
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